Sep 292017
 

INTRODUCCIÓN

Tenemos  un importante documento pontificio del año 1999 dedicado a los mayores. Se titula “La dignidad del anciano en la Iglesia y en el mundo de hoy”. En él se nos  define como “una fortaleza revestida de vulnerabilidad”.  Hay en esta definición la evidencia realista de las debilidades físicas propias de la edad avanzada. Y al mismo tiempo, el reconocimiento de que las huella de los años suele curtir con un vigor moral del que uno carece normalmente cuando es más joven. La ecuación deseable sería ésta: A menos fuerza física, mayor fortaleza de espíritu.

Porque nos estamos refiriendo a la virtud cardinal de la fortaleza: esa capacidad que nos ayudó a vencer los peligros y obstáculos de la vida, hasta ser lo que somos y llegar a donde  llegamos.  La fortaleza  nos ayuda a aguantar los males físicos y morales; a no echarnos para atrás ni arrepentirnos cuando sabemos que hemos conseguido algo bueno o meritorio; a resistir las tentaciones con valor y constancia; a mantener las convicciones fundamentales; a hacer frente a las enfermedades y achaques con ánimo templado; a soportar sin descomponernos  las pérdidas, las ingratitudes de los hijos o nietos, así como  las metas siempre deseadas y acaso nunca conseguidas.

La virtud de  la fortaleza es tan necesaria para los mayores, que sin ella incurriríamos fácilmente en depresiones, tristezas o pecados que nos privarían del gozo y la dignidad a que tenemos derecho en esta etapa de la vida. Para adquirirla necesitamos el auxilia de determinadas técnicas, pero también la ayuda de la gracia que vamos a pedir al comienzo de esta emisión.

LECTURA BÍBLICA  (2 Macabeos 6, 18-31)

Al escriba  Eleazar, hombre de avanzada edad y aspecto venerable, el rey Antíoco le quería forzar a  comer carne prohibida por la ley… Los encargados del impío banquete sacrificial, como quiera que conocían y apreciaban a aquel hombre sin tacha, lo llevaron aparte rogándole que trajera carne  que era permitido comer,  y fingiese que era  de la  carne ordenada por el rey. Al obrar así, se libraría de la muerte.

Pero Eleazar tomó una honrosa decisión digna de su edad y de sus merecidas canas, de su ejemplar conducta desde niño, y, sobre todo, de la santa legislación… Y respondió de esta manera:

  • No sería digno de mi edad fingir, de modo que los jóvenes piensen que el nonagenario Eleazar se ha pasado a las costumbres extranjeras.; y a causa de mi simulación, ellos se pierdan por mi culpa, y yo acarree deshonor a mi vejez.   Por eso, si entrego ahora la vida, me mostraré digno de mi edad, dejando a los jóvenes un camino a seguir… Quede patente al Señor, dueño del santo conocimiento, que aun pudiendo librarme de la muerte, afronto los tormentos del cuerpo,  y los sufro con gusto por respetar sus leyes…

De este modo Eleazar murió dejando con  su muerte un ejemplo de nobleza y un  recuerdo de virtud, no sólo para los jóvenes, sino también para la gran mayoría del pueblo.

COMENTARIO

Hermosísimo relato éste que forma parte de la épica de Israel después de la restauración… Eleazar es un personaje del Antiguo Testamento, como se ve por su adhesión sin  fisura a la Ley. Faltaban todavía 170 años para que viniese aquel que dijo “nadie tiene amor más grande que quien da la vida, no ya por la Ley, sino por amor al prójimo”.

Pero lo que resalta en el martirio de Eleazar no es su amor a una norma ni al contenido de la misma: Comer o no comer carne de cerdo viene a ser  algo anecdótico y de segundo orden. Lo que trasciende a ese detalle y hace del episodio un símbolo universal de heroicidad es la determinación de un anciano singularmente lúcido para no traicionar unos principios. Lo que resalta es la solidez de los compromisos contraídos  por él ya desde niño. Lo que causa admiración y un respeto imponente es que una fortaleza de tal calibre se realice en la debilidad de unas condiciones físicas fácilmente imaginables a los noventa años.

¿Se pude decir que Eleazar es un mártir?

    Eleazar es como una aurora del martirologio cristiano. Pasarán varios siglos, y en las “actas de los mártires” veremos reproducirse esta santa insolencia frente a los tormentos y a los emperadores. Cuando  Ignacio, el anciano obispo de Antioquía,  era conducido hasta Roma bajo la persecución de Trajano, envió por delante una carta a la comunidad romana para que no trataran de impedir por cualquier medio su condena a muerte:  “Os ruego que no tengáis para mí una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras por medio  de las cuales podré alcanzar a Dios. Soy trigo suyo y sabré de ser molido para mostrarme como pan puro de Cristo” Es impresionante verdad?

Y sin remontarnos tan atrás en el tiempo, el papa Benedicto aduce en su encíclica Spe Salvi el testimonio del mártir vietnamita de la edad moderna Pablo Le-Bao-Thin, quien también en otra carta escribe: “Encarcelado por el nombre de Cristo, entre grillos, cadenas y suplicios de toda clase, tales como calumnias, insultos, peleas,  palabras indecentes… os explico mis tribulaciones,  para que veáis que Dios me las convierte en dulzuras, pues por su gracia me encuentro lleno de gozo y alegría, porque no estoy sólo, sino que Cristo está conmigo… Señor, dame tu apoyo, para que tu fuerza se manifieste en mi debilidad”.  

    Con estos ejemplos, no quisiera dramatizar. La vejez no es un martirio, ni mucho menos. Tampoco Dios nos va a pedir de ordinario que lo sea. De hecho puede ser la etapa más serena y gratificada de la vida. Pero lo será ciertamente, si además de no exagerar los inconvenientes naturales que supone, acertamos a vivirla bajo la morada amorosa del buen Dios…

Por eso los testimonios del bíblico Eleazar, de Ignacio de Antioquía, del vietnamita Le-Bao-Thin nos ayudan en un doble sentido: En primer lugar, a relativizar nuestros males, sin magnificar su importancia: ¿Qué suponen una molesta artrosis, o una prueba hospitalaria, por ejemplo,  al lado de la aplicación de esas torturas terriblemente cruentas que tuvieron que sufrir estos héroes? ¿Se pueden comparar siquiera nuestros ratos de olvido y soledad, por amargos que sean cuando nos parece que a nadie le importamos, con el desprecio, las calumnias, las humillaciones que sufrieron los mártires, sin venirse abajo?

  Su testimonio nos ayuda, pues, a restar  importancia a nuestros males.

Y nos ayudan, en segundo lugar, desvelándonos el secreto de su resistencia. Nos cuesta creer (y hasta parece una locura decir) que esa gente sintiera una suerte de gozo en medio del dolor. ¿Cómo sostener esta idea en el mundo de hoy, sin que la etiqueten de patología? ¿Es que alguien en su sano juicio  puede cambiar el miedo a una muerte cruenta en  deseo ferviente de pasar por ella?  Pues bien, esos “ciento cuarenta y cuatro mil” que pasaron por la gran tribulación con palmas en las manos, lograron el triunfo porque en el camino de su particular calvario no perdieron el tesoro la octava bienaventuranza: “Dichosos seréis cuando os persigan, injurien u os hagan toda clase de mal, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”… El último secreto de la resistencia

La virtud cardinal de la fortaleza  se asienta, por lo tanto, es las virtudes teologales de la fe y la esperanza. Uno es fuerte cuando al mismo tiempo puede decir con el salmo: “el Señor es mi fuerza, mi roca y salvación”: o con san Pablo “todo o puedo en aquel que me conforta…

Sin embargo,  en la firme decisión  del escriba Eleazar hay otras dos motivaciones nada desdeñables que no son teológicas, sino de ejemplaridad: Él se niega a transgredir públicamente un precepto de la Ley, primero, porque es viejo, y se supone que a la mucha edad debe corresponder también una gran integridad personal. Y segundo, porque hay menores delante: “Que a causa de mi simulación los jóvenes no se pierdan por culpa mía”

Quienes le aprecian le ofrecen la coartada que a ellos le parece aceptable: Mira, Eleazar, nosotros,  que somos los funcionarios del negociado de los sacrificios, podemos dar el cambiazo; te servimos carne de oveja; todos creerán que es cerdo; tú comes tranquilamente del supuesto cerdo, que es oveja; Antíoco Epifanes, ni se entera; tú salvas la vida, y aquí paz y después gloria…

La propuesta es tentadora: un pacto entre la ley y la conciencia que  resulta éticamente interesante considerar: Ni para ti ni para mí; ni para Dios ni para el César; o la mitad para cada uno: paganizar en público, y judaizar  en privado. Al fin y al cabo lo moralmente decisivo son las intenciones, no los gestos. Profetas había habido en Israel, como Isaías,  que ya priorizaron  el latido del  corazón sobre el rito vacío. ¿Por qué no negociar con la conciencia para salvar la piel? Sería una apostasía sólo en apariencia. Si el rey es un megalómano que quiere que comas jamón a toda costa, pues dale ese capricho engañándole: Él habrá demostrado que es más poderoso, pero tú habrás sido más listo, que por algo eres  más viejo. Sutil tentación.

Pero la respuesta de Eleazar es un no categórico: No mentiré. Podría comer cerdo sin mayor problema, pero no podría engañar sin despreciarme a mí mismo. Así que  “tomó una honrosa decisión digna de su edad”

Digna de su edad, porque vejez y dignidad no pueden separarse. Precisamente porque soy viejo tengo el deber  de ser más honorable. No hice todo este largo recorrido de honestidad para tirarlo por la borda al final del camino. El mejor servicio y la  gran  aportación que el viejo presta a la comunidad es la de ser un referente moral intachable. “El prestigio es la corona de la vejez” escribió Cicerón…El anciano tiene un patrimonio espiritual acumulado que le hace fiable, porque ha sido consecuente con los buenos principios que siempre le guiaron….

Apena encontrarse hoy  con esas personas mayores que, por la mala o fraudulenta gestión financiera de un banco determinado, han perdido los ahorros de su vida o parte de ellos. Pero sería más triste todavía que hubieran perdido sus convicciones o la  orientación de la vida, a causa de los cambios que les desorientan, de las inclemencias que hay que soportar, de las enfermedades que se afrontan, o de los temores a un futuro sombrío…  Los muchos años no garantizan por sí solos la virtud, ni vacunan contra el vicio. Mantener hoy la fe religiosa, la estabilidad emocional, o la simple dignidad de las canas, exige un plus de fortaleza del que es necesario abastecerse hasta el fin de los días.

Y anda por medio, además, algo tan relevante como es el buen ejemplo, o por el contrario, el lamentable escándalo que se les da a las generaciones venideras. A Eleazar le preocupa “dejar a los jóvenes un camino a seguir” Ellos no quieren ni necesitan que los mayores les imitemos en su natural  inseguridad, ni en sus muchas debilidades. Los jóvenes están en la edad del cambio, de la improvisación y del ensayo. La naturaleza les hace físicamente  fuertes y robustos. Pero su maduración mental y su futura estabilidad  a todos los niveles  depende en gran medida de la herencia en valores que seamos capaces de trasmitirles. También Cicerón lo resgistró  su tratado De senectute: “Un anciano no hace los que los jóvenes, pero hace cosas mucho más importantes Las grandes hazañas no se  llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio”. Que es otro modo decir lo mismo que escribió san Pablo: que “la fuerza se realiza en la debilidad”.

LA VOZ DE LOS MAESTROS

Como virtud humana que es, las mejores intuiciones filosóficas y religiosas se ocuparon de ella. Por ejemplo, el estoicismo y uno de sus principales maestros el hispano romano Lucio Anneo Séneca. Algunos aspectos de la ética estoica que se refieren a la libre disposición de la vida  son incompatibles con la ética cristiana… Sin embargo, otros son asumibles, como por ejemplo estas sentencias bellamente formuladas:

Júzgote por desgraciado si nunca lo fuiste, pues para adquirir conocimiento de uno mismo se necesita pasar por muchas pruebas.

 ¿Con qué ánimo te enfrentarás a la pobreza si siempre estuviste  cargado de bienes? ¿De dónde sacarás valor para sufrir la infamia, si has crecido gozando siempre del aplauso popular?

 Al buen piloto sólo se le conoce en la tormenta.

El soldado se acredita sólo en la batalla.

A los más fuertes se encomiendan las empresas más arduas.

 Las cosas adversas afligen sólo a gentes faltas de ejercicio.

El yugo hace doblarse sólo a las cervices no domadas. Pero los dioses endurecen y ejercitan a los que aman. Y a los que parece que halagan y perdonan, los reservan para venideros males; pues aunque tarde, a todos llega su parte de trabajo; y lo que parece que estaba olvidado, sólo se había aplazado.

 Ningún árbol se asienta sólido y fuerte en la tierra, sino aquel que ha sido azotado por fuertes y continuos vientos; pues con el combate que libra para sostenerse  se aprietan sus raíces y fortifican sus ramas. Por el contrario, los que crecieron en abrigados valles son frágiles y quebradizos, de modo que hasta la brisa les ofende…

No hay cosas de suyo malas, sino para aquel que carece de virtud a la hora de tener que afrontarlas. 

 SALMO DE BENDICION, 143

Bendito sea el Señor, mi roca,

que adiestra mis manos para el combate,

mis dedos para la pelea.

 Mi bienhechor, mi alcázar,

baluarte donde me pongo a salvo,

mi escudo y mi refugio…

 Señor ¿qué es el hombre  para que te fijes en él,

los hijos de Adán para que pienses en ellos?

El hombre es igual que un soplo,

sus días, una sombra que pasa.

 Extiende tu mano desde arriba,

defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas…

…Y yo te cantaré un cántico nuevo,

tocaré para ti el arpa de diez cuerdas,

para ti que otorgas la victoria

y salvas a David tu siervo…