Ene 132017
 

 INTRODUCCIÓN

Precioso documento es la exhortación apostólica AMORIS LAETITIA, publicada en abril de 2016. Es extenso, unas 250 páginas que vienen a recoger las conclusiones  del Sínodo de obispos, celebrado durante los años 2014 y 2015, a cerca de la problemática actual de la familia.

Digo problemática porque, sobre todo la gente de cierta edad, asistimos  desconcertados a lo complejo de la vida familiar moderna, a la variedad de situaciones, irregularidades, necesidades y desafíos a que está sometida. Conocemos y sufrimos los dramas de tantas familias rotas o amenazadas por factores internos o externos a ellas mismas.

Francisco se mete en esos jardines espinosos, pero lo hace con delicadeza y sin tijeras de podar. Lo hace con cayado de buen pastor, pidiendo a los demás pastores que  hagan lo mismo; que muestren  capacidad para discernir en cada caso, con gran respeto a la conciencia personal, y procurando acompañar procesos de crecimiento, en lugar de condenar situaciones imperfectas o irregulares. “El camino de la Iglesia –dice– es siempre el camino de Jesús, el camino de la integración y la misericordia para todas las personas que la piden con corazón sincero”.

El documento es, por una parte, muy realista, pues describe todos los supuestos imaginables, analiza causas y apunta pistas para buscar soluciones, sin soslayar ninguna de las situaciones más controvertidas. Pero, por otra parte, está imbuido de claridad y de esperanza, iluminado por la idea de que al final el amor siempre acaba abriéndose camino. No es normativo, sino pastoral. No es jurídico, sino espiritual. Reafirmando la doctrina permanente sobre la familia cristiana, su novedad está en el lenguaje de estilo muy sencillo y pegado a la tierra, de modo que la lectura nos resulte fácil.

Lo que más destaca es un tono alentador, en muchos pasajes poético y hasta utópico, describiendo a la familia como parte del sueño de Dios para construir un mundo donde nadie se sienta solo. La AMORIS LAETITIA es un evangelio de la familia para un tiempo nuevo. Es un impulso para contemplar  la belleza del amor, gozar de la alegría que proporciona, y animar a los jóvenes en el compromiso excelso de formar hogares sanos mediante el matrimonio responsable.

Pero los mayores también estamos muy presentes, motivo por el que le  dedicamos este encuentro. Y para no perdernos en material tan abundante, sugiero que nos fijemos en los números 48,  191, 192 y 193, específicamente orientados a los ancianos dentro de la familia. Pero en el desarrollo de tema comentaremos hoy especialmente  los números 162, 163 y 231, que están dedicados especialmente  a los “viejos amadores ya ejercitados y probados”… A esos amadores que, como la mayoría de vosotros, amigos y amigas mayores,  habéis florecido “en la fidelidad  de la espera y la paciencia, llena de sacrificios y de gozos, cuando todo se pone añejo, y los ojos os brillan al contemplar a los hijos de vuestros hijos” (231).

 

ORACION DE ATARDECER

Buenas tardes, Padre. Sin prejuicios, pero con un poco de curiosidad y un mucho de amor a la Iglesia, me he acercado  a la exhortación apostólica  “Amoris laetitia”. Había oído sobre ella muy diversas opiniones. Se ha dicho de todo: desde que  el documento reproduce una vez más la clásica intransigencia de siempre, hasta que con su progresismo destruye los cimientos de la moral católica.

Pero yo sólo he visto un diagnóstico muy certero y sincero a cerca de la compleja situación familiar de nuestro tiempo. Y frente a la angustia que veces nos atenaza los mayores al ver el panorama de los hogares de nuestros hijos o nietos, he descubierto mucha sabiduría y he experimentado un gran consuelo. Y supongo que el mismo sentimiento tendrá quien se aproxime a ella con ojos de evangelio, y sin rigideces ideológicas previas.

Señor, en la familias de hoy hay conflictos cotidianos como en las familias de siempre; y, por nuevos motivos, se producen más rupturas irreparables que en las de antaño. Hay familias desgajadas por el desamor, separadas por la emigración,  sufriendo por la violencia doméstica, desahuciadas de sus casas, destrozadas y exiliadas por la guerra. Hay ancianos olvidados e hijos abandonados… La Iglesia del papa Francisco no se queda en la ideas, sino que pisa las calles de los transeúntes y el barro de los campamentos de refugiados.

Pero a esos gestos de cercanía les faltaría algo importante si al mismo tiempo el Pastor universal no proclamara que tu amor, Padre,  es mucho más grande y duradero que todos los proyectos humanos. Y que con las cualidades del amor que tú nos revelaste, la realidad de una familia imperfecta  siempre puede ser acompañada y elevada en su proceso de crecimiento y de maduración.

Gracias, buen Padre, por la luz y el oxígeno que brotan de estas palabras  juiciosas y rebosantes de misericordia. Gracias por cuanto nos estimulan a valorar los dones de la familia y del matrimonio. Ayúdanos  a ser testigos de tu amor allí donde la vida familiar no se desarrolla según el proyecto de felicidad que tú diseñaste para todos. AMEN

 

LECTURA BÍBLICA: 1 Co, 13

Si hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero me faltara el amor, no sería más que un bronce que suena o una campana que toca. Si tuviera el don de profecía… y tanta fe como para mover montañas, pero me faltara el amor, nada soy…

El amor es paciente, servicial y sin envidia. No pretende aparentar ni se hace el importante. No busca su propio interés: El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. No se alegra de la injusticia y busca siempre la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará…

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como un niño; pero cuando ya fui adulto, dejé atrás las cosas de niño…

Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor; pero el mayor de los tres es el amor.

 COMENTARIO

Casi  sabemos de memoria este himno al amor de la primera carta a los Corintios. Lo alojamos en el corazón, asociado a momentos festivos con nostálgico sabor de boda. Los novios lo suelen elegir para sellar su compromiso público. El Papa Francisco lo ha escogido también como cimiento y alma de su exhortación. El capítulo cuarto, de los 9 que tiene, lo dedica a glosar ampliamente cada una de las cualidades que san Pablo enumera y atribuye al amor: es paciente, servicial, amable, maduro, etc… Sin esta base no sería posible entender la propuesta cristiana sobre el matrimonio y la familia.

A la hora de trasladar el término griego al castellano, hay autores que traducen carida, y hay otros que traducen amor. Tal vez sea más ajustado decir caridad; pero dadas las connotaciones restrictivas que a veces se le añade a este concepto, el Papa ha preferido la palabra amor, tal vez para abarcar también la dimensión afectiva de la pareja enamorada y su expresión en la sexualidad.

En todo caso el amor familiar en sus diversas dimensiones se diseña “a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero” (71). Un amor sólido, fiel y estable, frente a los que  en la “cultura de lo provisorio… creen que el amor, como en  las redes sociales, se puede conectar u desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente” (39).

“El misterio de la familia cristiana no se entiende plenamente si no es  a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, el cual se entregó el cual se entregó hasta el fin y vive entre nosotros” (59)… “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida a favor de quien ama”. En toda biografía, la escena bulliciosa e ilusionante  de las bodas de Caná tiene momentos en que falta el vino. Y por la ventana del salón en el que se celebra, se divisa el Calvario… Pero de esto los mayores ya sabemos mucho. Que como dice aquella canción profana del siglo XVI: “No hay amor sin pena, pena sin dolor, ni dolor tan agudo como el del amor”

Ahora bien, sin ocultar esa cara de pasión, la exhortación del Papa destaca sobre todo lo que dice en su título: El amor existe, permanece, y es una alegría. Una alegría que brota de la belleza de este don divino. Es una grata novedad que en un documento pontificio se hable del amor en términos de estética, y hallar esta perla precisamente en pasajes que implican especialmente a los mayores: “La experiencia estética del amor se expresa en esa mirada que contempla al otro como un fin en sí mismo, aunque esté enfermo, viejo, o privado de atractivos sensibles” (128)

Por eso dice el papa que “conviene cuidar la alegría del amor mucho más allá del simple atractivo placentero que supone vivir en pareja. El amor –dice- “nos permite encontrar gusto en realidades variadas, aun en etapas de la vida donde el placer se apaga” (126). Y eso porque “la belleza del otro, que no coincide con sus atractivos físico o psicológicos, nos permite gustar lo sagrado de su persona, sin la imperiosa necesidad de poseerlo… Esto me permite buscar su bien aun cuando sé que no puede ser mío o cuando se ha vuelto físicamente desagradable” (127).

Hablando desde los mayores y para los mayores, ¿qué papel juega la fidelidad entendida como perseverancia en el amor?

De hecho la perseverancia  en el amor es algo sociológicamente asociado a una generación ya entrada en años. No es que los matrimonios que hayan cumplido  cuarenta o cincuenta años de casados estén blindados contra separaciones. Pero sí es cierto que en general ellos construyeron sobre cimientos más sólidos para aguantar la embestida de las tempestades. Y ahora, lógicamente, cosechan la  alegría de aquella fortaleza de antaño, mereciendo el cuidado recíproco en la vejez.

“Hay personas casadas – dice la exhortación- que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge… no satisface las propias necesidades, y a pesar de que muchas ofertas inviten al abandono. Una mujer puede cuidar a su esposo enfermo y allí, junto a la Cruz, vuelve a dar el sí de su amor hasta la muerte. En ese amor se manifiesta de un modo deslumbrante la dignidad del amarte, dignidad que es reflejo de la caridad, puesto que es propio de la caridad amar más que ser amado…” (162).

Este párrafo es decisivo a la hora de entender el amor. Es curioso que todas las fórmulas matrimoniales, incluso las más laicas, o hasta frívolas  que no recogen la promesa de un amor hasta que la muerte, de uno u otro modo vienen a  reconocer la excelencia de permanecer unidos “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”…

Eso significa que, al menos en el plano del ideal, el amor lleva el sello indeleble, de lo que debe permanecer y puede crecer ininterrumpidamente. Pertenece a la misma naturaleza del amor humano.  El Papa, que conoce la dura realidad de muchas familias  se refiere con gran comprensión a lo que llama “situaciones imperfectas”. Pero ni él ni nadie nos podemos atrever a rebajar la naturaleza del amor; ni a reducirlo en sus finalidades. No se puede pensar que el amor de una pareja, adecuadamente alimentado y trabajado puede agotarse alguna vez. Al contrario, puesto en esas condiciones, su vocación es la de un crecimiento inacabable. Un rio bien  alimentado no se seca, sino que a medida que avanza aumenta su cauce.

 Por eso el documento se refiere a la transformación del sentimiento del amor con el paso de tiempo   ¿Cómo lograr esa transformación?

Ese es el gran reto, la gran obra de toda pareja. Por una parte no hay fórmulas mágicas, y por otra cualquier fórmula que funcione se puede aplicar. En lo que se refiere a los mayores, el Papa dice en el número 163 que cuando se llevan “cuatro, cinco o seis décadas de pertenencia mutua” esa transformación del sentimiento se logra “volviéndose a elegir una y otra vez”. Es hermosa esta apelación a la libertad, que en definitiva es como decir que hay que volver casarse, a darse un nuevo sí cada día por la mañana. Saber que uno no permanece obligado, sino por propia voluntad, añade un nuevo motivo de alegría al amor fiel

Quizá el cónyuge ya no está apasionado por un cierto deseo sexual intenso que le mueva hacia la otra persona, pero siente el placer de pertenecerle  y de que el otro le pertenezca, de saber que no está solo, de tener un cómplice que conoce todo de su vida y de su historia y que lo comparte todo. Es el compañero en el camino de la vida con quien se puede enfrentar las dificultades y disfrutar las cosas lindas… No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida, pero sí tener un proyecto común estable y comprometernos a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, gozando de una rica intimidad” (163)

Ya no es, pues,  el amor tan apasionado y torrencial de la juventud, con sus ventajas y sus inconvenientes, pero es el amor del cauce sereno y más profundo. “Es un querer más hondo –dice el Papa- una decisión del corazón que involucra toda la existencia”… “¡Una decisión de amar!” De nuevo, pues  la referencia a la libertad que varias veces repite la exhortación como si fuera lo que más ennoblece la convivencia familiar…

Pero esa decisión de amar, esa implicación tan  marcada de la voluntad  que caracteriza a las parejas perseverantes ¿no les  priva de la emoción de amar, es decir, del enamoramiento?

No me atrevo  a incursionar demasiado  en la psicología de la pareja, pero  veo matrimonios mayores muy felices e incluso enamorados. Y otros  que no lo parecen tanto, pero que  no podrían vivir el uno sin el otro. La exhortación aborda este tema del enamoramiento porque tal vez sea  es vital para la alegría del amor;  y lo que dice es que “alguien se enamora de una persona entera, no sólo de un cuerpo; y ese cuerpo, más allá del desgaste del tiempo, nunca deja de expresar  de algún modo la identidad personal que ha cautivado el corazón…

“En la historia de un matrimonio  la apariencia física cambia, pero eso no es razón para que la atracción amorosa se debilite… Y cuando los demás ya no pueden reconocer la belleza de esa identidad, el cónyuge enamorado sigue siendo capaz de percibirla…”

Por lo tanto, esa dimensión emocional que en los jóvenes, según Francisco de Quevedo “es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente” en los mayores no desaparece, pero suaviza sus paradojas, o según la exhortación, “adquiere otras expresiones sensibles”. Porque el amor “celebra cada paso y cada nueva etapa”

Ahora bien más allá del sentimiento y de la voluntad, para perseverar en el amor, “no para conservarlo, sino para desarrollarlo” se necesita otro recurso de orden sobrenatural: se necesita el auxilio de la gracia.  “Nada de esto es posible –dice el documento– si no se invoca al Espíritu Santo, con el deseo de que derrame su fuego sobre nuestro amor para fortalecerlo, orientarlo y transformarlo en cada nueva situación” (163)

 SALMO

Dichoso el que teme al Señor

y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,

serás dichoso y te irá bien.

Tu mujer como parra fecunda

en medio de tu casa,

tus hijos como renuevos de olivo

alrededor de tu mesa.

 

Esta es la bendición

del hombre que teme al Señor:

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas la prosperidad de Jerusalén

todos los días de tu vida.

 

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas a los hijos de tus hijos.

Paz a Israel