Sep 292017
 

INTRODUCCIÓN

Tenemos  un importante documento pontificio del año 1999 dedicado a los mayores. Se titula “La dignidad del anciano en la Iglesia y en el mundo de hoy”. En él se nos  define como “una fortaleza revestida de vulnerabilidad”.  Hay en esta definición la evidencia realista de las debilidades físicas propias de la edad avanzada. Y al mismo tiempo, el reconocimiento de que las huella de los años suele curtir con un vigor moral del que uno carece normalmente cuando es más joven. La ecuación deseable sería ésta: A menos fuerza física, mayor fortaleza de espíritu.

Porque nos estamos refiriendo a la virtud cardinal de la fortaleza: esa capacidad que nos ayudó a vencer los peligros y obstáculos de la vida, hasta ser lo que somos y llegar a donde  llegamos.  La fortaleza  nos ayuda a aguantar los males físicos y morales; a no echarnos para atrás ni arrepentirnos cuando sabemos que hemos conseguido algo bueno o meritorio; a resistir las tentaciones con valor y constancia; a mantener las convicciones fundamentales; a hacer frente a las enfermedades y achaques con ánimo templado; a soportar sin descomponernos  las pérdidas, las ingratitudes de los hijos o nietos, así como  las metas siempre deseadas y acaso nunca conseguidas.

La virtud de  la fortaleza es tan necesaria para los mayores, que sin ella incurriríamos fácilmente en depresiones, tristezas o pecados que nos privarían del gozo y la dignidad a que tenemos derecho en esta etapa de la vida. Para adquirirla necesitamos el auxilia de determinadas técnicas, pero también la ayuda de la gracia que vamos a pedir al comienzo de esta emisión.

LECTURA BÍBLICA  (2 Macabeos 6, 18-31)

Al escriba  Eleazar, hombre de avanzada edad y aspecto venerable, el rey Antíoco le quería forzar a  comer carne prohibida por la ley… Los encargados del impío banquete sacrificial, como quiera que conocían y apreciaban a aquel hombre sin tacha, lo llevaron aparte rogándole que trajera carne  que era permitido comer,  y fingiese que era  de la  carne ordenada por el rey. Al obrar así, se libraría de la muerte.

Pero Eleazar tomó una honrosa decisión digna de su edad y de sus merecidas canas, de su ejemplar conducta desde niño, y, sobre todo, de la santa legislación… Y respondió de esta manera:

  • No sería digno de mi edad fingir, de modo que los jóvenes piensen que el nonagenario Eleazar se ha pasado a las costumbres extranjeras.; y a causa de mi simulación, ellos se pierdan por mi culpa, y yo acarree deshonor a mi vejez.   Por eso, si entrego ahora la vida, me mostraré digno de mi edad, dejando a los jóvenes un camino a seguir… Quede patente al Señor, dueño del santo conocimiento, que aun pudiendo librarme de la muerte, afronto los tormentos del cuerpo,  y los sufro con gusto por respetar sus leyes…

De este modo Eleazar murió dejando con  su muerte un ejemplo de nobleza y un  recuerdo de virtud, no sólo para los jóvenes, sino también para la gran mayoría del pueblo.

COMENTARIO

Hermosísimo relato éste que forma parte de la épica de Israel después de la restauración… Eleazar es un personaje del Antiguo Testamento, como se ve por su adhesión sin  fisura a la Ley. Faltaban todavía 170 años para que viniese aquel que dijo “nadie tiene amor más grande que quien da la vida, no ya por la Ley, sino por amor al prójimo”.

Pero lo que resalta en el martirio de Eleazar no es su amor a una norma ni al contenido de la misma: Comer o no comer carne de cerdo viene a ser  algo anecdótico y de segundo orden. Lo que trasciende a ese detalle y hace del episodio un símbolo universal de heroicidad es la determinación de un anciano singularmente lúcido para no traicionar unos principios. Lo que resalta es la solidez de los compromisos contraídos  por él ya desde niño. Lo que causa admiración y un respeto imponente es que una fortaleza de tal calibre se realice en la debilidad de unas condiciones físicas fácilmente imaginables a los noventa años.

¿Se pude decir que Eleazar es un mártir?

    Eleazar es como una aurora del martirologio cristiano. Pasarán varios siglos, y en las “actas de los mártires” veremos reproducirse esta santa insolencia frente a los tormentos y a los emperadores. Cuando  Ignacio, el anciano obispo de Antioquía,  era conducido hasta Roma bajo la persecución de Trajano, envió por delante una carta a la comunidad romana para que no trataran de impedir por cualquier medio su condena a muerte:  “Os ruego que no tengáis para mí una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras por medio  de las cuales podré alcanzar a Dios. Soy trigo suyo y sabré de ser molido para mostrarme como pan puro de Cristo” Es impresionante verdad?

Y sin remontarnos tan atrás en el tiempo, el papa Benedicto aduce en su encíclica Spe Salvi el testimonio del mártir vietnamita de la edad moderna Pablo Le-Bao-Thin, quien también en otra carta escribe: “Encarcelado por el nombre de Cristo, entre grillos, cadenas y suplicios de toda clase, tales como calumnias, insultos, peleas,  palabras indecentes… os explico mis tribulaciones,  para que veáis que Dios me las convierte en dulzuras, pues por su gracia me encuentro lleno de gozo y alegría, porque no estoy sólo, sino que Cristo está conmigo… Señor, dame tu apoyo, para que tu fuerza se manifieste en mi debilidad”.  

    Con estos ejemplos, no quisiera dramatizar. La vejez no es un martirio, ni mucho menos. Tampoco Dios nos va a pedir de ordinario que lo sea. De hecho puede ser la etapa más serena y gratificada de la vida. Pero lo será ciertamente, si además de no exagerar los inconvenientes naturales que supone, acertamos a vivirla bajo la morada amorosa del buen Dios…

Por eso los testimonios del bíblico Eleazar, de Ignacio de Antioquía, del vietnamita Le-Bao-Thin nos ayudan en un doble sentido: En primer lugar, a relativizar nuestros males, sin magnificar su importancia: ¿Qué suponen una molesta artrosis, o una prueba hospitalaria, por ejemplo,  al lado de la aplicación de esas torturas terriblemente cruentas que tuvieron que sufrir estos héroes? ¿Se pueden comparar siquiera nuestros ratos de olvido y soledad, por amargos que sean cuando nos parece que a nadie le importamos, con el desprecio, las calumnias, las humillaciones que sufrieron los mártires, sin venirse abajo?

  Su testimonio nos ayuda, pues, a restar  importancia a nuestros males.

Y nos ayudan, en segundo lugar, desvelándonos el secreto de su resistencia. Nos cuesta creer (y hasta parece una locura decir) que esa gente sintiera una suerte de gozo en medio del dolor. ¿Cómo sostener esta idea en el mundo de hoy, sin que la etiqueten de patología? ¿Es que alguien en su sano juicio  puede cambiar el miedo a una muerte cruenta en  deseo ferviente de pasar por ella?  Pues bien, esos “ciento cuarenta y cuatro mil” que pasaron por la gran tribulación con palmas en las manos, lograron el triunfo porque en el camino de su particular calvario no perdieron el tesoro la octava bienaventuranza: “Dichosos seréis cuando os persigan, injurien u os hagan toda clase de mal, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”… El último secreto de la resistencia

La virtud cardinal de la fortaleza  se asienta, por lo tanto, es las virtudes teologales de la fe y la esperanza. Uno es fuerte cuando al mismo tiempo puede decir con el salmo: “el Señor es mi fuerza, mi roca y salvación”: o con san Pablo “todo o puedo en aquel que me conforta…

Sin embargo,  en la firme decisión  del escriba Eleazar hay otras dos motivaciones nada desdeñables que no son teológicas, sino de ejemplaridad: Él se niega a transgredir públicamente un precepto de la Ley, primero, porque es viejo, y se supone que a la mucha edad debe corresponder también una gran integridad personal. Y segundo, porque hay menores delante: “Que a causa de mi simulación los jóvenes no se pierdan por culpa mía”

Quienes le aprecian le ofrecen la coartada que a ellos le parece aceptable: Mira, Eleazar, nosotros,  que somos los funcionarios del negociado de los sacrificios, podemos dar el cambiazo; te servimos carne de oveja; todos creerán que es cerdo; tú comes tranquilamente del supuesto cerdo, que es oveja; Antíoco Epifanes, ni se entera; tú salvas la vida, y aquí paz y después gloria…

La propuesta es tentadora: un pacto entre la ley y la conciencia que  resulta éticamente interesante considerar: Ni para ti ni para mí; ni para Dios ni para el César; o la mitad para cada uno: paganizar en público, y judaizar  en privado. Al fin y al cabo lo moralmente decisivo son las intenciones, no los gestos. Profetas había habido en Israel, como Isaías,  que ya priorizaron  el latido del  corazón sobre el rito vacío. ¿Por qué no negociar con la conciencia para salvar la piel? Sería una apostasía sólo en apariencia. Si el rey es un megalómano que quiere que comas jamón a toda costa, pues dale ese capricho engañándole: Él habrá demostrado que es más poderoso, pero tú habrás sido más listo, que por algo eres  más viejo. Sutil tentación.

Pero la respuesta de Eleazar es un no categórico: No mentiré. Podría comer cerdo sin mayor problema, pero no podría engañar sin despreciarme a mí mismo. Así que  “tomó una honrosa decisión digna de su edad”

Digna de su edad, porque vejez y dignidad no pueden separarse. Precisamente porque soy viejo tengo el deber  de ser más honorable. No hice todo este largo recorrido de honestidad para tirarlo por la borda al final del camino. El mejor servicio y la  gran  aportación que el viejo presta a la comunidad es la de ser un referente moral intachable. “El prestigio es la corona de la vejez” escribió Cicerón…El anciano tiene un patrimonio espiritual acumulado que le hace fiable, porque ha sido consecuente con los buenos principios que siempre le guiaron….

Apena encontrarse hoy  con esas personas mayores que, por la mala o fraudulenta gestión financiera de un banco determinado, han perdido los ahorros de su vida o parte de ellos. Pero sería más triste todavía que hubieran perdido sus convicciones o la  orientación de la vida, a causa de los cambios que les desorientan, de las inclemencias que hay que soportar, de las enfermedades que se afrontan, o de los temores a un futuro sombrío…  Los muchos años no garantizan por sí solos la virtud, ni vacunan contra el vicio. Mantener hoy la fe religiosa, la estabilidad emocional, o la simple dignidad de las canas, exige un plus de fortaleza del que es necesario abastecerse hasta el fin de los días.

Y anda por medio, además, algo tan relevante como es el buen ejemplo, o por el contrario, el lamentable escándalo que se les da a las generaciones venideras. A Eleazar le preocupa “dejar a los jóvenes un camino a seguir” Ellos no quieren ni necesitan que los mayores les imitemos en su natural  inseguridad, ni en sus muchas debilidades. Los jóvenes están en la edad del cambio, de la improvisación y del ensayo. La naturaleza les hace físicamente  fuertes y robustos. Pero su maduración mental y su futura estabilidad  a todos los niveles  depende en gran medida de la herencia en valores que seamos capaces de trasmitirles. También Cicerón lo resgistró  su tratado De senectute: “Un anciano no hace los que los jóvenes, pero hace cosas mucho más importantes Las grandes hazañas no se  llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio”. Que es otro modo decir lo mismo que escribió san Pablo: que “la fuerza se realiza en la debilidad”.

LA VOZ DE LOS MAESTROS

Como virtud humana que es, las mejores intuiciones filosóficas y religiosas se ocuparon de ella. Por ejemplo, el estoicismo y uno de sus principales maestros el hispano romano Lucio Anneo Séneca. Algunos aspectos de la ética estoica que se refieren a la libre disposición de la vida  son incompatibles con la ética cristiana… Sin embargo, otros son asumibles, como por ejemplo estas sentencias bellamente formuladas:

Júzgote por desgraciado si nunca lo fuiste, pues para adquirir conocimiento de uno mismo se necesita pasar por muchas pruebas.

 ¿Con qué ánimo te enfrentarás a la pobreza si siempre estuviste  cargado de bienes? ¿De dónde sacarás valor para sufrir la infamia, si has crecido gozando siempre del aplauso popular?

 Al buen piloto sólo se le conoce en la tormenta.

El soldado se acredita sólo en la batalla.

A los más fuertes se encomiendan las empresas más arduas.

 Las cosas adversas afligen sólo a gentes faltas de ejercicio.

El yugo hace doblarse sólo a las cervices no domadas. Pero los dioses endurecen y ejercitan a los que aman. Y a los que parece que halagan y perdonan, los reservan para venideros males; pues aunque tarde, a todos llega su parte de trabajo; y lo que parece que estaba olvidado, sólo se había aplazado.

 Ningún árbol se asienta sólido y fuerte en la tierra, sino aquel que ha sido azotado por fuertes y continuos vientos; pues con el combate que libra para sostenerse  se aprietan sus raíces y fortifican sus ramas. Por el contrario, los que crecieron en abrigados valles son frágiles y quebradizos, de modo que hasta la brisa les ofende…

No hay cosas de suyo malas, sino para aquel que carece de virtud a la hora de tener que afrontarlas. 

 SALMO DE BENDICION, 143

Bendito sea el Señor, mi roca,

que adiestra mis manos para el combate,

mis dedos para la pelea.

 Mi bienhechor, mi alcázar,

baluarte donde me pongo a salvo,

mi escudo y mi refugio…

 Señor ¿qué es el hombre  para que te fijes en él,

los hijos de Adán para que pienses en ellos?

El hombre es igual que un soplo,

sus días, una sombra que pasa.

 Extiende tu mano desde arriba,

defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas…

…Y yo te cantaré un cántico nuevo,

tocaré para ti el arpa de diez cuerdas,

para ti que otorgas la victoria

y salvas a David tu siervo…

Ene 132017
 

 INTRODUCCIÓN

Precioso documento es la exhortación apostólica AMORIS LAETITIA, publicada en abril de 2016. Es extenso, unas 250 páginas que vienen a recoger las conclusiones  del Sínodo de obispos, celebrado durante los años 2014 y 2015, a cerca de la problemática actual de la familia.

Digo problemática porque, sobre todo la gente de cierta edad, asistimos  desconcertados a lo complejo de la vida familiar moderna, a la variedad de situaciones, irregularidades, necesidades y desafíos a que está sometida. Conocemos y sufrimos los dramas de tantas familias rotas o amenazadas por factores internos o externos a ellas mismas.

Francisco se mete en esos jardines espinosos, pero lo hace con delicadeza y sin tijeras de podar. Lo hace con cayado de buen pastor, pidiendo a los demás pastores que  hagan lo mismo; que muestren  capacidad para discernir en cada caso, con gran respeto a la conciencia personal, y procurando acompañar procesos de crecimiento, en lugar de condenar situaciones imperfectas o irregulares. “El camino de la Iglesia –dice– es siempre el camino de Jesús, el camino de la integración y la misericordia para todas las personas que la piden con corazón sincero”.

El documento es, por una parte, muy realista, pues describe todos los supuestos imaginables, analiza causas y apunta pistas para buscar soluciones, sin soslayar ninguna de las situaciones más controvertidas. Pero, por otra parte, está imbuido de claridad y de esperanza, iluminado por la idea de que al final el amor siempre acaba abriéndose camino. No es normativo, sino pastoral. No es jurídico, sino espiritual. Reafirmando la doctrina permanente sobre la familia cristiana, su novedad está en el lenguaje de estilo muy sencillo y pegado a la tierra, de modo que la lectura nos resulte fácil.

Lo que más destaca es un tono alentador, en muchos pasajes poético y hasta utópico, describiendo a la familia como parte del sueño de Dios para construir un mundo donde nadie se sienta solo. La AMORIS LAETITIA es un evangelio de la familia para un tiempo nuevo. Es un impulso para contemplar  la belleza del amor, gozar de la alegría que proporciona, y animar a los jóvenes en el compromiso excelso de formar hogares sanos mediante el matrimonio responsable.

Pero los mayores también estamos muy presentes, motivo por el que le  dedicamos este encuentro. Y para no perdernos en material tan abundante, sugiero que nos fijemos en los números 48,  191, 192 y 193, específicamente orientados a los ancianos dentro de la familia. Pero en el desarrollo de tema comentaremos hoy especialmente  los números 162, 163 y 231, que están dedicados especialmente  a los “viejos amadores ya ejercitados y probados”… A esos amadores que, como la mayoría de vosotros, amigos y amigas mayores,  habéis florecido “en la fidelidad  de la espera y la paciencia, llena de sacrificios y de gozos, cuando todo se pone añejo, y los ojos os brillan al contemplar a los hijos de vuestros hijos” (231).

 

ORACION DE ATARDECER

Buenas tardes, Padre. Sin prejuicios, pero con un poco de curiosidad y un mucho de amor a la Iglesia, me he acercado  a la exhortación apostólica  “Amoris laetitia”. Había oído sobre ella muy diversas opiniones. Se ha dicho de todo: desde que  el documento reproduce una vez más la clásica intransigencia de siempre, hasta que con su progresismo destruye los cimientos de la moral católica.

Pero yo sólo he visto un diagnóstico muy certero y sincero a cerca de la compleja situación familiar de nuestro tiempo. Y frente a la angustia que veces nos atenaza los mayores al ver el panorama de los hogares de nuestros hijos o nietos, he descubierto mucha sabiduría y he experimentado un gran consuelo. Y supongo que el mismo sentimiento tendrá quien se aproxime a ella con ojos de evangelio, y sin rigideces ideológicas previas.

Señor, en la familias de hoy hay conflictos cotidianos como en las familias de siempre; y, por nuevos motivos, se producen más rupturas irreparables que en las de antaño. Hay familias desgajadas por el desamor, separadas por la emigración,  sufriendo por la violencia doméstica, desahuciadas de sus casas, destrozadas y exiliadas por la guerra. Hay ancianos olvidados e hijos abandonados… La Iglesia del papa Francisco no se queda en la ideas, sino que pisa las calles de los transeúntes y el barro de los campamentos de refugiados.

Pero a esos gestos de cercanía les faltaría algo importante si al mismo tiempo el Pastor universal no proclamara que tu amor, Padre,  es mucho más grande y duradero que todos los proyectos humanos. Y que con las cualidades del amor que tú nos revelaste, la realidad de una familia imperfecta  siempre puede ser acompañada y elevada en su proceso de crecimiento y de maduración.

Gracias, buen Padre, por la luz y el oxígeno que brotan de estas palabras  juiciosas y rebosantes de misericordia. Gracias por cuanto nos estimulan a valorar los dones de la familia y del matrimonio. Ayúdanos  a ser testigos de tu amor allí donde la vida familiar no se desarrolla según el proyecto de felicidad que tú diseñaste para todos. AMEN

 

LECTURA BÍBLICA: 1 Co, 13

Si hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero me faltara el amor, no sería más que un bronce que suena o una campana que toca. Si tuviera el don de profecía… y tanta fe como para mover montañas, pero me faltara el amor, nada soy…

El amor es paciente, servicial y sin envidia. No pretende aparentar ni se hace el importante. No busca su propio interés: El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. No se alegra de la injusticia y busca siempre la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará…

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como un niño; pero cuando ya fui adulto, dejé atrás las cosas de niño…

Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor; pero el mayor de los tres es el amor.

 COMENTARIO

Casi  sabemos de memoria este himno al amor de la primera carta a los Corintios. Lo alojamos en el corazón, asociado a momentos festivos con nostálgico sabor de boda. Los novios lo suelen elegir para sellar su compromiso público. El Papa Francisco lo ha escogido también como cimiento y alma de su exhortación. El capítulo cuarto, de los 9 que tiene, lo dedica a glosar ampliamente cada una de las cualidades que san Pablo enumera y atribuye al amor: es paciente, servicial, amable, maduro, etc… Sin esta base no sería posible entender la propuesta cristiana sobre el matrimonio y la familia.

A la hora de trasladar el término griego al castellano, hay autores que traducen carida, y hay otros que traducen amor. Tal vez sea más ajustado decir caridad; pero dadas las connotaciones restrictivas que a veces se le añade a este concepto, el Papa ha preferido la palabra amor, tal vez para abarcar también la dimensión afectiva de la pareja enamorada y su expresión en la sexualidad.

En todo caso el amor familiar en sus diversas dimensiones se diseña “a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero” (71). Un amor sólido, fiel y estable, frente a los que  en la “cultura de lo provisorio… creen que el amor, como en  las redes sociales, se puede conectar u desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente” (39).

“El misterio de la familia cristiana no se entiende plenamente si no es  a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, el cual se entregó el cual se entregó hasta el fin y vive entre nosotros” (59)… “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida a favor de quien ama”. En toda biografía, la escena bulliciosa e ilusionante  de las bodas de Caná tiene momentos en que falta el vino. Y por la ventana del salón en el que se celebra, se divisa el Calvario… Pero de esto los mayores ya sabemos mucho. Que como dice aquella canción profana del siglo XVI: “No hay amor sin pena, pena sin dolor, ni dolor tan agudo como el del amor”

Ahora bien, sin ocultar esa cara de pasión, la exhortación del Papa destaca sobre todo lo que dice en su título: El amor existe, permanece, y es una alegría. Una alegría que brota de la belleza de este don divino. Es una grata novedad que en un documento pontificio se hable del amor en términos de estética, y hallar esta perla precisamente en pasajes que implican especialmente a los mayores: “La experiencia estética del amor se expresa en esa mirada que contempla al otro como un fin en sí mismo, aunque esté enfermo, viejo, o privado de atractivos sensibles” (128)

Por eso dice el papa que “conviene cuidar la alegría del amor mucho más allá del simple atractivo placentero que supone vivir en pareja. El amor –dice- “nos permite encontrar gusto en realidades variadas, aun en etapas de la vida donde el placer se apaga” (126). Y eso porque “la belleza del otro, que no coincide con sus atractivos físico o psicológicos, nos permite gustar lo sagrado de su persona, sin la imperiosa necesidad de poseerlo… Esto me permite buscar su bien aun cuando sé que no puede ser mío o cuando se ha vuelto físicamente desagradable” (127).

Hablando desde los mayores y para los mayores, ¿qué papel juega la fidelidad entendida como perseverancia en el amor?

De hecho la perseverancia  en el amor es algo sociológicamente asociado a una generación ya entrada en años. No es que los matrimonios que hayan cumplido  cuarenta o cincuenta años de casados estén blindados contra separaciones. Pero sí es cierto que en general ellos construyeron sobre cimientos más sólidos para aguantar la embestida de las tempestades. Y ahora, lógicamente, cosechan la  alegría de aquella fortaleza de antaño, mereciendo el cuidado recíproco en la vejez.

“Hay personas casadas – dice la exhortación- que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge… no satisface las propias necesidades, y a pesar de que muchas ofertas inviten al abandono. Una mujer puede cuidar a su esposo enfermo y allí, junto a la Cruz, vuelve a dar el sí de su amor hasta la muerte. En ese amor se manifiesta de un modo deslumbrante la dignidad del amarte, dignidad que es reflejo de la caridad, puesto que es propio de la caridad amar más que ser amado…” (162).

Este párrafo es decisivo a la hora de entender el amor. Es curioso que todas las fórmulas matrimoniales, incluso las más laicas, o hasta frívolas  que no recogen la promesa de un amor hasta que la muerte, de uno u otro modo vienen a  reconocer la excelencia de permanecer unidos “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”…

Eso significa que, al menos en el plano del ideal, el amor lleva el sello indeleble, de lo que debe permanecer y puede crecer ininterrumpidamente. Pertenece a la misma naturaleza del amor humano.  El Papa, que conoce la dura realidad de muchas familias  se refiere con gran comprensión a lo que llama “situaciones imperfectas”. Pero ni él ni nadie nos podemos atrever a rebajar la naturaleza del amor; ni a reducirlo en sus finalidades. No se puede pensar que el amor de una pareja, adecuadamente alimentado y trabajado puede agotarse alguna vez. Al contrario, puesto en esas condiciones, su vocación es la de un crecimiento inacabable. Un rio bien  alimentado no se seca, sino que a medida que avanza aumenta su cauce.

 Por eso el documento se refiere a la transformación del sentimiento del amor con el paso de tiempo   ¿Cómo lograr esa transformación?

Ese es el gran reto, la gran obra de toda pareja. Por una parte no hay fórmulas mágicas, y por otra cualquier fórmula que funcione se puede aplicar. En lo que se refiere a los mayores, el Papa dice en el número 163 que cuando se llevan “cuatro, cinco o seis décadas de pertenencia mutua” esa transformación del sentimiento se logra “volviéndose a elegir una y otra vez”. Es hermosa esta apelación a la libertad, que en definitiva es como decir que hay que volver casarse, a darse un nuevo sí cada día por la mañana. Saber que uno no permanece obligado, sino por propia voluntad, añade un nuevo motivo de alegría al amor fiel

Quizá el cónyuge ya no está apasionado por un cierto deseo sexual intenso que le mueva hacia la otra persona, pero siente el placer de pertenecerle  y de que el otro le pertenezca, de saber que no está solo, de tener un cómplice que conoce todo de su vida y de su historia y que lo comparte todo. Es el compañero en el camino de la vida con quien se puede enfrentar las dificultades y disfrutar las cosas lindas… No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida, pero sí tener un proyecto común estable y comprometernos a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, gozando de una rica intimidad” (163)

Ya no es, pues,  el amor tan apasionado y torrencial de la juventud, con sus ventajas y sus inconvenientes, pero es el amor del cauce sereno y más profundo. “Es un querer más hondo –dice el Papa- una decisión del corazón que involucra toda la existencia”… “¡Una decisión de amar!” De nuevo, pues  la referencia a la libertad que varias veces repite la exhortación como si fuera lo que más ennoblece la convivencia familiar…

Pero esa decisión de amar, esa implicación tan  marcada de la voluntad  que caracteriza a las parejas perseverantes ¿no les  priva de la emoción de amar, es decir, del enamoramiento?

No me atrevo  a incursionar demasiado  en la psicología de la pareja, pero  veo matrimonios mayores muy felices e incluso enamorados. Y otros  que no lo parecen tanto, pero que  no podrían vivir el uno sin el otro. La exhortación aborda este tema del enamoramiento porque tal vez sea  es vital para la alegría del amor;  y lo que dice es que “alguien se enamora de una persona entera, no sólo de un cuerpo; y ese cuerpo, más allá del desgaste del tiempo, nunca deja de expresar  de algún modo la identidad personal que ha cautivado el corazón…

“En la historia de un matrimonio  la apariencia física cambia, pero eso no es razón para que la atracción amorosa se debilite… Y cuando los demás ya no pueden reconocer la belleza de esa identidad, el cónyuge enamorado sigue siendo capaz de percibirla…”

Por lo tanto, esa dimensión emocional que en los jóvenes, según Francisco de Quevedo “es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente” en los mayores no desaparece, pero suaviza sus paradojas, o según la exhortación, “adquiere otras expresiones sensibles”. Porque el amor “celebra cada paso y cada nueva etapa”

Ahora bien más allá del sentimiento y de la voluntad, para perseverar en el amor, “no para conservarlo, sino para desarrollarlo” se necesita otro recurso de orden sobrenatural: se necesita el auxilio de la gracia.  “Nada de esto es posible –dice el documento– si no se invoca al Espíritu Santo, con el deseo de que derrame su fuego sobre nuestro amor para fortalecerlo, orientarlo y transformarlo en cada nueva situación” (163)

 SALMO

Dichoso el que teme al Señor

y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,

serás dichoso y te irá bien.

Tu mujer como parra fecunda

en medio de tu casa,

tus hijos como renuevos de olivo

alrededor de tu mesa.

 

Esta es la bendición

del hombre que teme al Señor:

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas la prosperidad de Jerusalén

todos los días de tu vida.

 

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas a los hijos de tus hijos.

Paz a Israel

 

 

Abr 282016
 

LOS MAYORES EN EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

  (descargar)

Estamos  metidos de lleno en el Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa a través de la Bula Misericordiae Vultus. Como cualquier cristiano, las personas de edad respondemos a esta llamada, y nos incorporamos al sentir general de la Iglesia expresado por el papa en la Bula de la convocatoria.

  Pero hay algunas motivaciones algo más nuestras. En la memoria de los mayores  aún está latente  la formulación que el viejo catecismo hacía sobre las catorce obras de misericordia, siete corporales y siete espirituales. Recordad aquello de: “Enseñar al que no sabe” “dar buen consejo” “dar posada al peregrino” “redimir al cautivo”, y sobre todo “visitar al enfermo” etc. Pues bien, el Papa las saca del olvido, actualiza su formulación,  y nos las ofrece como cauce de compromiso para que el año jubilar no se quede en mera teoría o en un sentimentalismo inoperante.

  Ahora bien, la misericordia tampoco es un mero recetario altruista. Detrás del concepto hay todo un fundamento espiritual de muy hondo calado, que sustenta  una de las palabras claves del vocabulario cristiano.  Tal vez el texto bíblico que de modo más certero y sencillo da en el clavo sea aquel de san Lucas cuando Jesús dice en 6,36: “Vosotros sed misericordiosos como vuestro Padre Celestial es misericordioso”.

  El origen de la misericordia hay que buscarlo, pues, en el corazón del Padre. Le pertenece a Él, por decirlo así. Es un sentimiento divino que nos transfiere a nosotros a través de la persona de Cristo. “Misericordes sicut Pater” es decir, misericordiosos como el Padre, como dice el logotipo del Jubileo.

  Este es el núcleo de la cuestión que no podemos olvidar al hablar de misericordia. Etimológicamente significa corazones (cordia) para la necesidad (miseri). Pero no es mera compasión humana. En este mundo hay gente  compasiva de todas las razas y de  los credos, que se conmueve  con el dolor del prójimo. Sin embargo, la misericordia no nace del corazón humano. Pasa por él, desde luego, lo surca y lo fecunda, pero brota de la fuente del amor de Dios cuyo símbolo más acabado es el corazón traspasado de Cristo.

 “Jesucristo es el rostro de la misericordia del padre” comienza diciendo la Bula del Papa.  San Pablo lo expresa en Efesios con su insistente doctrina de la gracia: “Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho revivir en Cristo”.

 

ORACIÓN DE ATARDECER: Comencemos orando con la oración oficial del Jubileo de la Misericordia:

Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordioso como el Padre del cielo,

y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.

Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;

a la adúltera y a la Magdalena de buscar felicidad solamente en una creatura;

hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.

Haz que cada uno de nosotros escuche como propia  la palabra que dijiste a la samaritana:

“Si conocieras el don de Dios…”

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción

para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor

y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,

proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos,

y restituir la vista a los ciegos

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,

a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amen.

 

 LECTURA  BIBLICA  de Mateo 18, 23- 34

El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las deudas con sus empleados. Le presentaron uno que debía diez mil talentos, y como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer, sus hijos y sus posesiones, y que paga así. El criado, arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Se compadeció de él el señor, y le perdonó la deuda.

Pero al salir a la calle, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios. Y agarrándolo lo estrangulaba exigiendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle al Señor todo lo sucedido. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.

 

 COMENTARIO AL TEXTO

   No es san Mateo, sino san Lucas, a quien debemos el haber transmitido las bellísimas parábolas de la misericordia. Recordemos, por ejemplo  sólo tres: la del hijo pródigo, la de la oveja perdida, y la del  buen samaritano. En ellas resplandece de modo inigualable ese sentimiento de profunda ternura que caracteriza a la divina virtud de la que hablamos. No en vano al libro  de Lucas se le llama el evangelio de la misericordia.

  Es  amor entrañable. “Como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo” que así define el papa a la misericordia (MV 6) en línea con el evangelio de Lucas.

  Sin embargo preferimos un texto de Mateo, en cierto modo contra pronóstico, pues este evangelio incide mucho en los temas del mérito, de la justicia, de las buenas obras. Tanto o más que en los complementarios de la absolución, el perdón, y la gracia. De hecho, el relato del siervo que no quiso perdonar es más bien una parábola de la in-misericordia. Si la elegimos es porque su argumento resalta muy bien el contraste entre el señor generoso que perdona y el siervo mezquino que se muestra implacable. Es fácil entender a quién representa el uno y a quiénes representa el otro.  Cómo fácil es entender la condición que en el Padrenuestro nos puso el Señor para ser perdonados por él: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”  

  Además, el castigo infligido al siervo sin entrañas nos hace pensar también en la relación que existe entre la misericordia y la justicia. Tengamos en cuenta que el evangelio de Mateo nace en el marco de la comunidad cristiana de Palestina, muy condicionada aún por la imagen del Dios  del Antiguo Testamento. Surge en Israel donde los primeros cristianos son también israelitas. Pues bien, Israel reza cada día con el salmo 102 que proclama: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad”. Pero al mismo tiempo también alberga la experiencia de que “Él paga a cada uno según su trabajo y retribuye conforme a su conducta” (Job, 34, 11). Pues  “el malvado no quedará sin castigo (Proverbios 11,21).

 Estas dos conceptos de la justicia y la misericordia, aparentemente contrarias, suscitan un cierto debate teológico: En ningún caso la bondad de Dios puede ser excusa para que se abuse de ella, ni la gente buena dar pie a que nos burlemos  de su proceder. Justicia y misericordia deben armonizarse. Y aunque no abordemos  este tema, por ser de mucha enjundia, el Papa también lo trata en su bula. Como lo trató con mucha profundad Benedicto XVI al final de su encíclica sobre la esperanza, la Spe Salvi.

 “El Señor es compasivo y misericordioso”.  La “misericordia” y la “compasión” son cosas distintas y complementarias: La misericordia nace de Dios, mientras que la compasión es un noble sentimiento humano. Sin embargo,  en el evangelio aparecen  mezcladas la una con la otra.

  Tan mezcladas como la doble naturaleza divina y humana de Jesús. La misericordia se humaniza con la compasión, y la compasión se ilumina y eleva con la misericordia. Este trasvase de la una a la otra es una lógica consecuencia de la encarnación de Dios. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre cuando se muestra compasivo. 

  Aparte de las parábolas a que hemos aludido, hay continuas referencias al sensible corazón de Jesús: Revivamos algunas: “Sintió lástima de la multitud  porque andaban como ovejas sin pastor” (Mc 6, 33). “Me da lástima esta gente porque llevan ya tres días sin comer, y no quiero despedirles no sea que se desmayen por el camino (Mt 15 32). “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Se conmueve viendo el llanto de la viuda de Naím cuando iba a enterrar a su hijo y le dice: “Mujer, no llores” (Lc 7, 13).   Frente a Lázaro, el amigo muerto, “Jesús se conmovió, se estremeció en su espíritu… y se echó a llorar. Y los judíos comentaban: Cómo le quería!” (Jn 11, 33-35).

   ¿Esto es misericordia o es compasión? Poco importan aquí ya las distinciones. Podríamos decir que la misericordia de Dios se hace compasión en el corazón humano de Jesús frente a todos los sufrimientos físicos y morales del mundo. La compasión informada por la misericordia adquiere un mayor fundamento, aunque como valor humano contenga ya suficiente valor y dignidad.

   La compasión es la participación emocional en el dolor del prójimo, que nos inclina a aliviarlo, reducirlo o eliminarlo. Las ONG no deberían perder de vista que sin compasión, sin lástima, sin ese sufrir juntamente con alguien, toda su solidaridad sería meramente mecánica y como desalmada, un activismo sin corazón y con muy poco sentido. Contra una definición cínica y superficial que dice que “la compasión es un bello defecto femenino” sostenemos que la compasión humana es un sentimiento recio, hondo,  y no asignable a uno u otro sexo.

  Otro inconveniente  del que hay purificar a la compasión y a la misericordia es  el del instinto de poder, a veces sutil y siempre ofensivo. Ayudar no es humillar, sino nutrir la dignidad del prójimo. La perversión de “ayudar” al pobre para perpetuar situaciones de desigualdad es la que alumbró ideologías nefastas que contraponen la justicia social a la caridad, como si fueran dos cosas irreconciliables. Esas ideologías pretenden mejorar el mundo con el instrumento de  una lucha de clases despojada de misericordia. La historia ha demostrado que ese intento tiene muy breve recorrido y termina en fracaso.

  También hay personas que rechazan la compasión porque se sienten humilladas. Y puede que tengan razón cuando la compasión se dispensa desde arriba, sin una implicación de auténtica y sincera empatía que incluya un compromiso en planos de igualdad.

   En este sentido la bula Misericordiae Vultus no puede ser más clara: “No caigamos en la indiferencia que humilla… Abramos los ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro, y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia” (MV 15).   Esta es, propiamente,  la compasión misericordiosa: la de un Dios que se hace hombre; la que hace posible la fraternidad; la que humaniza al compadeciente,  y  redime, elevando, al compadecido.

  Por tanto, la misericordia y la compasión  no deben quedarse ni en el plano de la reflexión ni en el ámbito de los sentimientos. Han de traducirse en acciones

  La misericordia que nace del corazón del Padre,  que toma carne en la persona de Cristo, y que imbuye el corazón de los creyentes, tiene esa profunda base teológica y espiritual que hemos comprobado. Pero no es una realidad abstracta, ni se queda en mera conmoción sentimental. (Con las lágrimas uno se puede desahogar, pero no remedia nada).  Y por eso aquí es donde entran a tener un papel importante las obras de misericordia. “Es mi vivo deseo  -dice el papa– que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo  sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia ante el drama de la pobreza…” (15).

   Luego la bula pasa a formular de un nuevo modo estas catorce obras de misericordia que, por cierto, no fueron propuestas por la Iglesia, sino directamente extraídas de “la predicación del Jesús” precisa el Papa. Una de ellas, la que se refiere a visitar a los enfermos, se aplica especialmente hoy en el caso de muchos mayores aquejados por la enfermedad o dependientes a causa de su edad. Y hay también grupos de voluntarios, mayormente integrados por gente ya jubilada, que realiza ésta preciosa obra, llevando el consuelo humano y la alegría de la fe.

  Por último, cabe referirse a esa dimensión física y visible del Jubileo  que es la peregrinación con objeto de obtener la indulgencia.

   A veces los mayores tenemos problemas de movilidad para desplazarnos. Pero sólo a veces, porque basta asomarse por la mañana por parques y jardines para comprobar hasta qué punto nos tomamos en serio el consejo médico de mover las piernas para mover el corazón y sanear la mente.

   El hecho de peregrinar recorriendo un trecho de camino con fines espirituales es el significante visible de un significado más profundo que se opera a otro nivel. Peregrinar es crecer en santidad. Más que hacer kilómetros, es avanzar  hacia Dios. Quien puede caminar ha de hacerlo, pero sólo por ello no obtiene la gracia del perdón en mejores condiciones que quien esté impedido por el motivo que sea. También obtiene el jubileo quien no pueda desplazarse de un lugar a otro, pero recibe la absolución sacramental, participa en la comunión eucarística, y ora por las intenciones del Papa. En ciertos casos fácilmente discernibles el hecho de visitar uno de los templos asignados para ganar el jubileo en el Año de la Misericordia, es sustituible por otro gesto que exprese nuestra condición de caminantes hacia la casa del Padre.

 

   SALMO DE BENDICIÓN, 88: 

  Hay varios salmos muy indicados para pedir misericordia, como por ejemplo,  el salmo 24: “Acuérdate, Señor, que tu misericordia es eterna”. O también, el salmo 50, el célebre “miserere mei  Deus”. Otros, como el 88, expresan bendición por el mismo motivo:

  Cantaré eternamente las misericordias del Señor,

anunciaré  su fidelidad por todas las edades.

Porque dijiste: “La misericordia es un edificio eterno”,

más que el cielo has afianzado tu fidelidad.

  El cielo proclama tus maravillas, señor,

y tu fidelidad en la asamblea de los santos,

Señor del universo, ¿quién como tú?

El poder y la fidelidad te rodean.

  Tuyo es el cielo, tuya la tierra,

tú cimentaste el orbe y cuanto contiene.

tú has creado el norte y el sur,

el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

  Justicia y derecho sostienen tu trono,

misericordia y lealtad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte,

caminará a la luz de tu rostro,…

  Cantaré eternamente las misericordias del Señor. 

 

DELEGADO DE PASTORAL DE MAYORES

Estamos metidos de lleno en el Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa   a través de la Bula Misericordiae Vultus. Como cualquier cristiano, las personas de   edad respondemos a esta llamada, y nos incorporamos al sentir general de la Iglesia   expresado por el papa en la Bula de la convocatoria.   Pero hay algunas motivaciones algo más nuestras. En la memoria de los mayores aún   está latente la formulación que el viejo catecismo hacía sobre las catorce obras de   misericordia, siete corporales y siete espirituales. Recordad aquello de: “Enseñar al   que no sabe” “dar buen consejo” “dar posada al peregrino” “redimir al cautivo”, y   sobre todo “visitar al enfermo” etc. Pues bien, el Papa las saca del olvido, actualiza su   formulación, y nos las ofrece como cauce de compromiso para que el año jubilar no se   quede en mera teoría o en un sentimentalismo inoperante.   Ahora bien, la misericordia tampoco es un mero recetario altruista. Detrás del   concepto hay todo un fundamento espiritual de muy hondo calado, que sustenta una   de las palabras claves del vocabulario cristiano. Tal vez el texto bíblico que de modo   más certero y sencillo da en el clavo sea aquel de san Lucas cuando Jesús dice en 6,36:   “Vosotros sed misericordiosos como vuestro Padre Celestial es misericordioso”.   El origen de la misericordia hay que buscarlo, pues, en el corazón del Padre. Le   pertenece a Él, por decirlo así. Es un sentimiento divino que nos transfiere a nosotros a   través de la persona de Cristo. “Misericordes sicut Pater” es decir, misericordiosos   como el Padre, como dice el logotipo del Jubileo.   Este es el núcleo de la cuestión que no podemos olvidar al hablar de misericordia.   Etimológicamente significa corazones (cordia) para la necesidad (miseri). Pero no es   mera compasión humana. En este mundo hay gente compasiva de todas las razas y de   los credos, que se conmueve con el dolor del prójimo. Sin embargo, la misericordia no   nace del corazón humano. Pasa por él, desde luego, lo surca y lo fecunda, pero brota   de la fuente del amor de Dios cuyo símbolo más acabado es el corazón traspasado de   Cristo.   “Jesucristo es el rostro de la misericordia del padre” comienza diciendo la Bula del   Papa. San Pablo lo expresa en Efesios con su insistente doctrina de la gracia: “Dios,   que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros   muertos por el pecado, nos ha hecho revivir en Cristo”.       ORACIÓN DE ATARDECER: Comencemos orando con la oración oficial del Jubileo de la   Misericordia:   Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordioso como el Padre del cielo,   y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.   Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.   Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;   a la adúltera y a la Magdalena de buscar felicidad solamente en una creatura;   hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.   Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la   samaritana:   “Si conocieras el don de Dios…”   Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción   para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor   y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,   proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos,   y restituir la vista a los ciegos   Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,   a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.   Amen.   LECTURA BIBLICA de Mateo 18, 23- 34   El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las deudas con sus empleados. Le   presentaron uno que debía diez mil talentos, y como no tenía con qué pagar, el señor mandó   que lo vendieran a él con su mujer, sus hijos y sus posesiones, y que paga así. El criado,   arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Se   compadeció de él el señor, y le perdonó la deuda.   Pero al salir a la calle, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien   denarios. Y agarrándolo lo estrangulaba exigiendo: “Págame lo que me debes”. El   compañero, arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero   él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al   ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle al Señor todo lo sucedido. Y el   señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.   COMENTARIO AL TEXTO   No es san Mateo, sino san Lucas, a quien debemos el haber transmitido las bellísimas   parábolas de la misericordia. Recordemos, por ejemplo sólo tres: la del hijo pródigo, la   de la oveja perdida, y la del buen samaritano. En ellas resplandece de modo   inigualable ese sentimiento de profunda ternura que caracteriza a la divina virtud de la   que hablamos. No en vano al libro de Lucas se le llama el evangelio de la misericordia.   Es amor entrañable. “Como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más   profundo de sus entrañas por el propio hijo” que así define el papa a la misericordia   (MV 6) en línea con el evangelio de Lucas.   Sin embargo preferimos un texto de Mateo, en cierto modo contra pronóstico, pues   este evangelio incide mucho en los temas del mérito, de la justicia, de las buenas   obras. Tanto o más que en los complementarios de la absolución, el perdón, y la   gracia. De hecho, el relato del siervo que no quiso perdonar es más bien una parábola   de la in-misericordia. Si la elegimos es porque su argumento resalta muy bien el   contraste entre el señor generoso que perdona y el siervo mezquino que se muestra   implacable. Es fácil entender a quién representa el uno y a quiénes representa el otro.   Cómo fácil es entender la condición que en el Padrenuestro nos puso el Señor para ser   perdonados por él: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a   nuestros deudores”   Además, el castigo infligido al siervo sin entrañas nos hace pensar también en la   relación que existe entre la misericordia y la justicia. Tengamos en cuenta que el   evangelio de Mateo nace en el marco de la comunidad cristiana de Palestina, muy   condicionada aún por la imagen del Dios del Antiguo Testamento. Surge en Israel   donde los primeros cristianos son también israelitas. Pues bien, Israel reza cada día con   el salmo 102 que proclama: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y   rico en piedad”. Pero al mismo tiempo también alberga la experiencia de que “Él paga   a cada uno según su trabajo y retribuye conforme a su conducta” (Job, 34, 11). Pues   “el malvado no quedará sin castigo (Proverbios 11,21).   Estas dos conceptos de la justicia y la misericordia, aparentemente contrarias,   suscitan un cierto debate teológico: En ningún caso la bondad de Dios puede ser   excusa para que se abuse de ella, ni la gente buena dar pie a que nos burlemos de su   proceder. Justicia y misericordia deben armonizarse. Y aunque no abordemos este   tema, por ser de mucha enjundia, el Papa también lo trata en su bula. Como lo trató   con mucha profundad Benedicto XVI al final de su encíclica sobre la esperanza, la Spe   Salvi.   “El Señor es compasivo y misericordioso”. La “misericordia” y la “compasión” son cosas   distintas y complementarias: La misericordia nace de Dios, mientras que la compasión es un   noble sentimiento humano. Sin embargo, en el evangelio aparecen mezcladas la una con la   otra.   Tan mezcladas como la doble naturaleza divina y humana de Jesús. La misericordia se   humaniza con la compasión, y la compasión se ilumina y eleva con la misericordia. Este   trasvase de la una a la otra es una lógica consecuencia de la encarnación de Dios.   Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre cuando se muestra compasivo.   Aparte de las parábolas a que hemos aludido, hay continuas referencias al sensible   corazón de Jesús: Revivamos algunas: “Sintió lástima de la multitud porque andaban   como ovejas sin pastor” (Mc 6, 33). “Me da lástima esta gente porque llevan ya tres   días sin comer, y no quiero despedirles no sea que se desmayen por el camino (Mt 15   32). “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28).   Se conmueve viendo el llanto de la viuda de Naím cuando iba a enterrar a su hijo y le   dice: “Mujer, no llores” (Lc 7, 13). Frente a Lázaro, el amigo muerto, “Jesús se   conmovió, se estremeció en su espíritu… y se echó a llorar. Y los judíos comentaban:   Cómo le quería!” (Jn 11, 33-35).   ¿Esto es misericordia o es compasión? Poco importan aquí ya las distinciones.   Podríamos decir que la misericordia de Dios se hace compasión en el corazón humano   de Jesús frente a todos los sufrimientos físicos y morales del mundo. La compasión   informada por la misericordia adquiere un mayor fundamento, aunque como valor   humano contenga ya suficiente valor y dignidad.   La compasión es la participación emocional en el dolor del prójimo, que nos inclina a   aliviarlo, reducirlo o eliminarlo. Las ONG no deberían perder de vista que sin   compasión, sin lástima, sin ese sufrir juntamente con alguien, toda su solidaridad sería   meramente mecánica y como desalmada, un activismo sin corazón y con muy poco   sentido. Contra una definición cínica y superficial que dice que “la compasión es un   bello defecto femenino” sostenemos que la compasión humana es un sentimiento   recio, hondo, y no asignable a uno u otro sexo.   Otro inconveniente del que hay purificar a la compasión y a la misericordia es el del   instinto de poder, a veces sutil y siempre ofensivo. Ayudar no es humillar, sino nutrir la   dignidad del prójimo. La perversión de “ayudar” al pobre para perpetuar situaciones   de desigualdad es la que alumbró ideologías nefastas que contraponen la justicia social   a la caridad, como si fueran dos cosas irreconciliables. Esas ideologías pretenden   mejorar el mundo con el instrumento de una lucha de clases despojada de   misericordia. La historia ha demostrado que ese intento tiene muy breve recorrido y   termina en fracaso.   También hay personas que rechazan la compasión porque se sienten humilladas. Y   puede que tengan razón cuando la compasión se dispensa desde arriba, sin una   implicación de auténtica y sincera empatía que incluya un compromiso en planos de   igualdad.   En este sentido la bula Misericordiae Vultus no puede ser más clara: “No caigamos en   la indiferencia que humilla… Abramos los ojos para mirar las miserias del mundo, las   heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos   provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos para   que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que   su grito se vuelva el nuestro, y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia”   (MV 15). Esta es, propiamente, la compasión misericordiosa: la de un Dios que se   hace hombre; la que hace posible la fraternidad; la que humaniza al compadeciente, y   redime, elevando, al compadecido.   Por tanto, la misericordia y la compasión no deben quedarse ni en el plano de la reflexión   ni en el ámbito de los sentimientos. Han de traducirse en acciones   La misericordia que nace del corazón del Padre, que toma carne en la persona de   Cristo, y que imbuye el corazón de los creyentes, tiene esa profunda base teológica y   espiritual que hemos comprobado. Pero no es una realidad abstracta, ni se queda en   mera conmoción sentimental. (Con las lágrimas uno se puede desahogar, pero no   remedia nada). Y por eso aquí es donde entran a tener un papel importante las obras   de misericordia. “Es mi vivo deseo -dice el papa- que el pueblo cristiano reflexione   durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un   modo de despertar nuestra conciencia ante el drama de la pobreza…” (15).   Luego la bula pasa a formular de un nuevo modo estas catorce obras de misericordia   que, por cierto, no fueron propuestas por la Iglesia, sino directamente extraídas de “la   predicación del Jesús” precisa el Papa. Una de ellas, la que se refiere a visitar a los   enfermos, se aplica especialmente hoy en el caso de muchos mayores aquejados por la   enfermedad o dependientes a causa de su edad. Y hay también grupos de voluntarios,   mayormente integrados por gente ya jubilada, que realiza ésta preciosa obra, llevando   el consuelo humano y la alegría de la fe.   Por último, cabe referirse a esa dimensión física y visible del Jubileo que es la   peregrinación con objeto de obtener la indulgencia.   A veces los mayores tenemos problemas de movilidad para desplazarnos. Pero sólo a   veces, porque basta asomarse por la mañana por parques y jardines para comprobar   hasta qué punto nos tomamos en serio el consejo médico de mover las piernas para   mover el corazón y sanear la mente.   El hecho de peregrinar recorriendo un trecho de camino con fines espirituales es el   significante visible de un significado más profundo que se opera a otro nivel.   Peregrinar es crecer en santidad. Más que hacer kilómetros, es avanzar hacia Dios.   Quien puede caminar ha de hacerlo, pero sólo por ello no obtiene la gracia del perdón   en mejores condiciones que quien esté impedido por el motivo que sea. También   obtiene el jubileo quien no pueda desplazarse de un lugar a otro, pero recibe la   absolución sacramental, participa en la comunión eucarística, y ora por las intenciones   del Papa. En ciertos casos fácilmente discernibles el hecho de visitar uno de los   templos asignados para ganar el jubileo en el Año de la Misericordia, es sustituible por   otro gesto que exprese nuestra condición de caminantes hacia la casa del Padre.   SALMO DE BENDICIÓN, 88:   Hay varios salmos muy indicados para pedir misericordia, como por ejemplo, el salmo 24:   “Acuérdate, Señor, que tu misericordia es eterna”. O también, el salmo 50, el célebre “miserere   mei Deus”. Otros, como el 88, expresan bendición por el mismo motivo:   Cantaré eternamente las misericordias del Señor,   anunciaré su fidelidad por todas las edades.   Porque dijiste: “La misericordia es un edificio eterno”,   más que el cielo has afianzado tu fidelidad.   El cielo proclama tus maravillas, señor,   y tu fidelidad en la asamblea de los santos,   Señor del universo, ¿quién como tú?   El poder y la fidelidad te rodean.   Tuyo es el cielo, tuya la tierra,   tú cimentaste el orbe y cuanto contiene.   tú has creado el norte y el sur,   el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.   Justicia y derecho sostienen tu trono,   misericordia y lealtad te preceden.   Dichoso el pueblo que sabe aclamarte,   caminará a la luz de tu rostro,…   Cantaré eternamente las misericordias del Señor.       DELEGADO DE PASTORAL DE MAYORES