Abr 282016
 

LOS MAYORES EN EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

  (descargar)

Estamos  metidos de lleno en el Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa a través de la Bula Misericordiae Vultus. Como cualquier cristiano, las personas de edad respondemos a esta llamada, y nos incorporamos al sentir general de la Iglesia expresado por el papa en la Bula de la convocatoria.

  Pero hay algunas motivaciones algo más nuestras. En la memoria de los mayores  aún está latente  la formulación que el viejo catecismo hacía sobre las catorce obras de misericordia, siete corporales y siete espirituales. Recordad aquello de: “Enseñar al que no sabe” “dar buen consejo” “dar posada al peregrino” “redimir al cautivo”, y sobre todo “visitar al enfermo” etc. Pues bien, el Papa las saca del olvido, actualiza su formulación,  y nos las ofrece como cauce de compromiso para que el año jubilar no se quede en mera teoría o en un sentimentalismo inoperante.

  Ahora bien, la misericordia tampoco es un mero recetario altruista. Detrás del concepto hay todo un fundamento espiritual de muy hondo calado, que sustenta  una de las palabras claves del vocabulario cristiano.  Tal vez el texto bíblico que de modo más certero y sencillo da en el clavo sea aquel de san Lucas cuando Jesús dice en 6,36: “Vosotros sed misericordiosos como vuestro Padre Celestial es misericordioso”.

  El origen de la misericordia hay que buscarlo, pues, en el corazón del Padre. Le pertenece a Él, por decirlo así. Es un sentimiento divino que nos transfiere a nosotros a través de la persona de Cristo. “Misericordes sicut Pater” es decir, misericordiosos como el Padre, como dice el logotipo del Jubileo.

  Este es el núcleo de la cuestión que no podemos olvidar al hablar de misericordia. Etimológicamente significa corazones (cordia) para la necesidad (miseri). Pero no es mera compasión humana. En este mundo hay gente  compasiva de todas las razas y de  los credos, que se conmueve  con el dolor del prójimo. Sin embargo, la misericordia no nace del corazón humano. Pasa por él, desde luego, lo surca y lo fecunda, pero brota de la fuente del amor de Dios cuyo símbolo más acabado es el corazón traspasado de Cristo.

 “Jesucristo es el rostro de la misericordia del padre” comienza diciendo la Bula del Papa.  San Pablo lo expresa en Efesios con su insistente doctrina de la gracia: “Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho revivir en Cristo”.

 

ORACIÓN DE ATARDECER: Comencemos orando con la oración oficial del Jubileo de la Misericordia:

Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordioso como el Padre del cielo,

y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.

Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;

a la adúltera y a la Magdalena de buscar felicidad solamente en una creatura;

hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.

Haz que cada uno de nosotros escuche como propia  la palabra que dijiste a la samaritana:

“Si conocieras el don de Dios…”

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción

para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor

y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,

proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos,

y restituir la vista a los ciegos

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,

a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amen.

 

 LECTURA  BIBLICA  de Mateo 18, 23- 34

El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las deudas con sus empleados. Le presentaron uno que debía diez mil talentos, y como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer, sus hijos y sus posesiones, y que paga así. El criado, arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Se compadeció de él el señor, y le perdonó la deuda.

Pero al salir a la calle, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios. Y agarrándolo lo estrangulaba exigiendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle al Señor todo lo sucedido. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.

 

 COMENTARIO AL TEXTO

   No es san Mateo, sino san Lucas, a quien debemos el haber transmitido las bellísimas parábolas de la misericordia. Recordemos, por ejemplo  sólo tres: la del hijo pródigo, la de la oveja perdida, y la del  buen samaritano. En ellas resplandece de modo inigualable ese sentimiento de profunda ternura que caracteriza a la divina virtud de la que hablamos. No en vano al libro  de Lucas se le llama el evangelio de la misericordia.

  Es  amor entrañable. “Como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo” que así define el papa a la misericordia (MV 6) en línea con el evangelio de Lucas.

  Sin embargo preferimos un texto de Mateo, en cierto modo contra pronóstico, pues este evangelio incide mucho en los temas del mérito, de la justicia, de las buenas obras. Tanto o más que en los complementarios de la absolución, el perdón, y la gracia. De hecho, el relato del siervo que no quiso perdonar es más bien una parábola de la in-misericordia. Si la elegimos es porque su argumento resalta muy bien el contraste entre el señor generoso que perdona y el siervo mezquino que se muestra implacable. Es fácil entender a quién representa el uno y a quiénes representa el otro.  Cómo fácil es entender la condición que en el Padrenuestro nos puso el Señor para ser perdonados por él: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”  

  Además, el castigo infligido al siervo sin entrañas nos hace pensar también en la relación que existe entre la misericordia y la justicia. Tengamos en cuenta que el evangelio de Mateo nace en el marco de la comunidad cristiana de Palestina, muy condicionada aún por la imagen del Dios  del Antiguo Testamento. Surge en Israel donde los primeros cristianos son también israelitas. Pues bien, Israel reza cada día con el salmo 102 que proclama: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad”. Pero al mismo tiempo también alberga la experiencia de que “Él paga a cada uno según su trabajo y retribuye conforme a su conducta” (Job, 34, 11). Pues  “el malvado no quedará sin castigo (Proverbios 11,21).

 Estas dos conceptos de la justicia y la misericordia, aparentemente contrarias, suscitan un cierto debate teológico: En ningún caso la bondad de Dios puede ser excusa para que se abuse de ella, ni la gente buena dar pie a que nos burlemos  de su proceder. Justicia y misericordia deben armonizarse. Y aunque no abordemos  este tema, por ser de mucha enjundia, el Papa también lo trata en su bula. Como lo trató con mucha profundad Benedicto XVI al final de su encíclica sobre la esperanza, la Spe Salvi.

 “El Señor es compasivo y misericordioso”.  La “misericordia” y la “compasión” son cosas distintas y complementarias: La misericordia nace de Dios, mientras que la compasión es un noble sentimiento humano. Sin embargo,  en el evangelio aparecen  mezcladas la una con la otra.

  Tan mezcladas como la doble naturaleza divina y humana de Jesús. La misericordia se humaniza con la compasión, y la compasión se ilumina y eleva con la misericordia. Este trasvase de la una a la otra es una lógica consecuencia de la encarnación de Dios. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre cuando se muestra compasivo. 

  Aparte de las parábolas a que hemos aludido, hay continuas referencias al sensible corazón de Jesús: Revivamos algunas: “Sintió lástima de la multitud  porque andaban como ovejas sin pastor” (Mc 6, 33). “Me da lástima esta gente porque llevan ya tres días sin comer, y no quiero despedirles no sea que se desmayen por el camino (Mt 15 32). “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Se conmueve viendo el llanto de la viuda de Naím cuando iba a enterrar a su hijo y le dice: “Mujer, no llores” (Lc 7, 13).   Frente a Lázaro, el amigo muerto, “Jesús se conmovió, se estremeció en su espíritu… y se echó a llorar. Y los judíos comentaban: Cómo le quería!” (Jn 11, 33-35).

   ¿Esto es misericordia o es compasión? Poco importan aquí ya las distinciones. Podríamos decir que la misericordia de Dios se hace compasión en el corazón humano de Jesús frente a todos los sufrimientos físicos y morales del mundo. La compasión informada por la misericordia adquiere un mayor fundamento, aunque como valor humano contenga ya suficiente valor y dignidad.

   La compasión es la participación emocional en el dolor del prójimo, que nos inclina a aliviarlo, reducirlo o eliminarlo. Las ONG no deberían perder de vista que sin compasión, sin lástima, sin ese sufrir juntamente con alguien, toda su solidaridad sería meramente mecánica y como desalmada, un activismo sin corazón y con muy poco sentido. Contra una definición cínica y superficial que dice que “la compasión es un bello defecto femenino” sostenemos que la compasión humana es un sentimiento recio, hondo,  y no asignable a uno u otro sexo.

  Otro inconveniente  del que hay purificar a la compasión y a la misericordia es  el del instinto de poder, a veces sutil y siempre ofensivo. Ayudar no es humillar, sino nutrir la dignidad del prójimo. La perversión de “ayudar” al pobre para perpetuar situaciones de desigualdad es la que alumbró ideologías nefastas que contraponen la justicia social a la caridad, como si fueran dos cosas irreconciliables. Esas ideologías pretenden mejorar el mundo con el instrumento de  una lucha de clases despojada de misericordia. La historia ha demostrado que ese intento tiene muy breve recorrido y termina en fracaso.

  También hay personas que rechazan la compasión porque se sienten humilladas. Y puede que tengan razón cuando la compasión se dispensa desde arriba, sin una implicación de auténtica y sincera empatía que incluya un compromiso en planos de igualdad.

   En este sentido la bula Misericordiae Vultus no puede ser más clara: “No caigamos en la indiferencia que humilla… Abramos los ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro, y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia” (MV 15).   Esta es, propiamente,  la compasión misericordiosa: la de un Dios que se hace hombre; la que hace posible la fraternidad; la que humaniza al compadeciente,  y  redime, elevando, al compadecido.

  Por tanto, la misericordia y la compasión  no deben quedarse ni en el plano de la reflexión ni en el ámbito de los sentimientos. Han de traducirse en acciones

  La misericordia que nace del corazón del Padre,  que toma carne en la persona de Cristo, y que imbuye el corazón de los creyentes, tiene esa profunda base teológica y espiritual que hemos comprobado. Pero no es una realidad abstracta, ni se queda en mera conmoción sentimental. (Con las lágrimas uno se puede desahogar, pero no remedia nada).  Y por eso aquí es donde entran a tener un papel importante las obras de misericordia. “Es mi vivo deseo  -dice el papa– que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo  sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia ante el drama de la pobreza…” (15).

   Luego la bula pasa a formular de un nuevo modo estas catorce obras de misericordia que, por cierto, no fueron propuestas por la Iglesia, sino directamente extraídas de “la predicación del Jesús” precisa el Papa. Una de ellas, la que se refiere a visitar a los enfermos, se aplica especialmente hoy en el caso de muchos mayores aquejados por la enfermedad o dependientes a causa de su edad. Y hay también grupos de voluntarios, mayormente integrados por gente ya jubilada, que realiza ésta preciosa obra, llevando el consuelo humano y la alegría de la fe.

  Por último, cabe referirse a esa dimensión física y visible del Jubileo  que es la peregrinación con objeto de obtener la indulgencia.

   A veces los mayores tenemos problemas de movilidad para desplazarnos. Pero sólo a veces, porque basta asomarse por la mañana por parques y jardines para comprobar hasta qué punto nos tomamos en serio el consejo médico de mover las piernas para mover el corazón y sanear la mente.

   El hecho de peregrinar recorriendo un trecho de camino con fines espirituales es el significante visible de un significado más profundo que se opera a otro nivel. Peregrinar es crecer en santidad. Más que hacer kilómetros, es avanzar  hacia Dios. Quien puede caminar ha de hacerlo, pero sólo por ello no obtiene la gracia del perdón en mejores condiciones que quien esté impedido por el motivo que sea. También obtiene el jubileo quien no pueda desplazarse de un lugar a otro, pero recibe la absolución sacramental, participa en la comunión eucarística, y ora por las intenciones del Papa. En ciertos casos fácilmente discernibles el hecho de visitar uno de los templos asignados para ganar el jubileo en el Año de la Misericordia, es sustituible por otro gesto que exprese nuestra condición de caminantes hacia la casa del Padre.

 

   SALMO DE BENDICIÓN, 88: 

  Hay varios salmos muy indicados para pedir misericordia, como por ejemplo,  el salmo 24: “Acuérdate, Señor, que tu misericordia es eterna”. O también, el salmo 50, el célebre “miserere mei  Deus”. Otros, como el 88, expresan bendición por el mismo motivo:

  Cantaré eternamente las misericordias del Señor,

anunciaré  su fidelidad por todas las edades.

Porque dijiste: “La misericordia es un edificio eterno”,

más que el cielo has afianzado tu fidelidad.

  El cielo proclama tus maravillas, señor,

y tu fidelidad en la asamblea de los santos,

Señor del universo, ¿quién como tú?

El poder y la fidelidad te rodean.

  Tuyo es el cielo, tuya la tierra,

tú cimentaste el orbe y cuanto contiene.

tú has creado el norte y el sur,

el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

  Justicia y derecho sostienen tu trono,

misericordia y lealtad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte,

caminará a la luz de tu rostro,…

  Cantaré eternamente las misericordias del Señor. 

 

DELEGADO DE PASTORAL DE MAYORES

Estamos metidos de lleno en el Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa   a través de la Bula Misericordiae Vultus. Como cualquier cristiano, las personas de   edad respondemos a esta llamada, y nos incorporamos al sentir general de la Iglesia   expresado por el papa en la Bula de la convocatoria.   Pero hay algunas motivaciones algo más nuestras. En la memoria de los mayores aún   está latente la formulación que el viejo catecismo hacía sobre las catorce obras de   misericordia, siete corporales y siete espirituales. Recordad aquello de: “Enseñar al   que no sabe” “dar buen consejo” “dar posada al peregrino” “redimir al cautivo”, y   sobre todo “visitar al enfermo” etc. Pues bien, el Papa las saca del olvido, actualiza su   formulación, y nos las ofrece como cauce de compromiso para que el año jubilar no se   quede en mera teoría o en un sentimentalismo inoperante.   Ahora bien, la misericordia tampoco es un mero recetario altruista. Detrás del   concepto hay todo un fundamento espiritual de muy hondo calado, que sustenta una   de las palabras claves del vocabulario cristiano. Tal vez el texto bíblico que de modo   más certero y sencillo da en el clavo sea aquel de san Lucas cuando Jesús dice en 6,36:   “Vosotros sed misericordiosos como vuestro Padre Celestial es misericordioso”.   El origen de la misericordia hay que buscarlo, pues, en el corazón del Padre. Le   pertenece a Él, por decirlo así. Es un sentimiento divino que nos transfiere a nosotros a   través de la persona de Cristo. “Misericordes sicut Pater” es decir, misericordiosos   como el Padre, como dice el logotipo del Jubileo.   Este es el núcleo de la cuestión que no podemos olvidar al hablar de misericordia.   Etimológicamente significa corazones (cordia) para la necesidad (miseri). Pero no es   mera compasión humana. En este mundo hay gente compasiva de todas las razas y de   los credos, que se conmueve con el dolor del prójimo. Sin embargo, la misericordia no   nace del corazón humano. Pasa por él, desde luego, lo surca y lo fecunda, pero brota   de la fuente del amor de Dios cuyo símbolo más acabado es el corazón traspasado de   Cristo.   “Jesucristo es el rostro de la misericordia del padre” comienza diciendo la Bula del   Papa. San Pablo lo expresa en Efesios con su insistente doctrina de la gracia: “Dios,   que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros   muertos por el pecado, nos ha hecho revivir en Cristo”.       ORACIÓN DE ATARDECER: Comencemos orando con la oración oficial del Jubileo de la   Misericordia:   Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordioso como el Padre del cielo,   y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.   Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.   Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;   a la adúltera y a la Magdalena de buscar felicidad solamente en una creatura;   hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.   Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la   samaritana:   “Si conocieras el don de Dios…”   Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción   para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor   y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,   proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos,   y restituir la vista a los ciegos   Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,   a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.   Amen.   LECTURA BIBLICA de Mateo 18, 23- 34   El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las deudas con sus empleados. Le   presentaron uno que debía diez mil talentos, y como no tenía con qué pagar, el señor mandó   que lo vendieran a él con su mujer, sus hijos y sus posesiones, y que paga así. El criado,   arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Se   compadeció de él el señor, y le perdonó la deuda.   Pero al salir a la calle, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien   denarios. Y agarrándolo lo estrangulaba exigiendo: “Págame lo que me debes”. El   compañero, arrojándose a sus pies le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero   él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al   ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle al Señor todo lo sucedido. Y el   señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.   COMENTARIO AL TEXTO   No es san Mateo, sino san Lucas, a quien debemos el haber transmitido las bellísimas   parábolas de la misericordia. Recordemos, por ejemplo sólo tres: la del hijo pródigo, la   de la oveja perdida, y la del buen samaritano. En ellas resplandece de modo   inigualable ese sentimiento de profunda ternura que caracteriza a la divina virtud de la   que hablamos. No en vano al libro de Lucas se le llama el evangelio de la misericordia.   Es amor entrañable. “Como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más   profundo de sus entrañas por el propio hijo” que así define el papa a la misericordia   (MV 6) en línea con el evangelio de Lucas.   Sin embargo preferimos un texto de Mateo, en cierto modo contra pronóstico, pues   este evangelio incide mucho en los temas del mérito, de la justicia, de las buenas   obras. Tanto o más que en los complementarios de la absolución, el perdón, y la   gracia. De hecho, el relato del siervo que no quiso perdonar es más bien una parábola   de la in-misericordia. Si la elegimos es porque su argumento resalta muy bien el   contraste entre el señor generoso que perdona y el siervo mezquino que se muestra   implacable. Es fácil entender a quién representa el uno y a quiénes representa el otro.   Cómo fácil es entender la condición que en el Padrenuestro nos puso el Señor para ser   perdonados por él: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a   nuestros deudores”   Además, el castigo infligido al siervo sin entrañas nos hace pensar también en la   relación que existe entre la misericordia y la justicia. Tengamos en cuenta que el   evangelio de Mateo nace en el marco de la comunidad cristiana de Palestina, muy   condicionada aún por la imagen del Dios del Antiguo Testamento. Surge en Israel   donde los primeros cristianos son también israelitas. Pues bien, Israel reza cada día con   el salmo 102 que proclama: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y   rico en piedad”. Pero al mismo tiempo también alberga la experiencia de que “Él paga   a cada uno según su trabajo y retribuye conforme a su conducta” (Job, 34, 11). Pues   “el malvado no quedará sin castigo (Proverbios 11,21).   Estas dos conceptos de la justicia y la misericordia, aparentemente contrarias,   suscitan un cierto debate teológico: En ningún caso la bondad de Dios puede ser   excusa para que se abuse de ella, ni la gente buena dar pie a que nos burlemos de su   proceder. Justicia y misericordia deben armonizarse. Y aunque no abordemos este   tema, por ser de mucha enjundia, el Papa también lo trata en su bula. Como lo trató   con mucha profundad Benedicto XVI al final de su encíclica sobre la esperanza, la Spe   Salvi.   “El Señor es compasivo y misericordioso”. La “misericordia” y la “compasión” son cosas   distintas y complementarias: La misericordia nace de Dios, mientras que la compasión es un   noble sentimiento humano. Sin embargo, en el evangelio aparecen mezcladas la una con la   otra.   Tan mezcladas como la doble naturaleza divina y humana de Jesús. La misericordia se   humaniza con la compasión, y la compasión se ilumina y eleva con la misericordia. Este   trasvase de la una a la otra es una lógica consecuencia de la encarnación de Dios.   Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre cuando se muestra compasivo.   Aparte de las parábolas a que hemos aludido, hay continuas referencias al sensible   corazón de Jesús: Revivamos algunas: “Sintió lástima de la multitud porque andaban   como ovejas sin pastor” (Mc 6, 33). “Me da lástima esta gente porque llevan ya tres   días sin comer, y no quiero despedirles no sea que se desmayen por el camino (Mt 15   32). “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28).   Se conmueve viendo el llanto de la viuda de Naím cuando iba a enterrar a su hijo y le   dice: “Mujer, no llores” (Lc 7, 13). Frente a Lázaro, el amigo muerto, “Jesús se   conmovió, se estremeció en su espíritu… y se echó a llorar. Y los judíos comentaban:   Cómo le quería!” (Jn 11, 33-35).   ¿Esto es misericordia o es compasión? Poco importan aquí ya las distinciones.   Podríamos decir que la misericordia de Dios se hace compasión en el corazón humano   de Jesús frente a todos los sufrimientos físicos y morales del mundo. La compasión   informada por la misericordia adquiere un mayor fundamento, aunque como valor   humano contenga ya suficiente valor y dignidad.   La compasión es la participación emocional en el dolor del prójimo, que nos inclina a   aliviarlo, reducirlo o eliminarlo. Las ONG no deberían perder de vista que sin   compasión, sin lástima, sin ese sufrir juntamente con alguien, toda su solidaridad sería   meramente mecánica y como desalmada, un activismo sin corazón y con muy poco   sentido. Contra una definición cínica y superficial que dice que “la compasión es un   bello defecto femenino” sostenemos que la compasión humana es un sentimiento   recio, hondo, y no asignable a uno u otro sexo.   Otro inconveniente del que hay purificar a la compasión y a la misericordia es el del   instinto de poder, a veces sutil y siempre ofensivo. Ayudar no es humillar, sino nutrir la   dignidad del prójimo. La perversión de “ayudar” al pobre para perpetuar situaciones   de desigualdad es la que alumbró ideologías nefastas que contraponen la justicia social   a la caridad, como si fueran dos cosas irreconciliables. Esas ideologías pretenden   mejorar el mundo con el instrumento de una lucha de clases despojada de   misericordia. La historia ha demostrado que ese intento tiene muy breve recorrido y   termina en fracaso.   También hay personas que rechazan la compasión porque se sienten humilladas. Y   puede que tengan razón cuando la compasión se dispensa desde arriba, sin una   implicación de auténtica y sincera empatía que incluya un compromiso en planos de   igualdad.   En este sentido la bula Misericordiae Vultus no puede ser más clara: “No caigamos en   la indiferencia que humilla… Abramos los ojos para mirar las miserias del mundo, las   heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos   provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos para   que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que   su grito se vuelva el nuestro, y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia”   (MV 15). Esta es, propiamente, la compasión misericordiosa: la de un Dios que se   hace hombre; la que hace posible la fraternidad; la que humaniza al compadeciente, y   redime, elevando, al compadecido.   Por tanto, la misericordia y la compasión no deben quedarse ni en el plano de la reflexión   ni en el ámbito de los sentimientos. Han de traducirse en acciones   La misericordia que nace del corazón del Padre, que toma carne en la persona de   Cristo, y que imbuye el corazón de los creyentes, tiene esa profunda base teológica y   espiritual que hemos comprobado. Pero no es una realidad abstracta, ni se queda en   mera conmoción sentimental. (Con las lágrimas uno se puede desahogar, pero no   remedia nada). Y por eso aquí es donde entran a tener un papel importante las obras   de misericordia. “Es mi vivo deseo -dice el papa- que el pueblo cristiano reflexione   durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un   modo de despertar nuestra conciencia ante el drama de la pobreza…” (15).   Luego la bula pasa a formular de un nuevo modo estas catorce obras de misericordia   que, por cierto, no fueron propuestas por la Iglesia, sino directamente extraídas de “la   predicación del Jesús” precisa el Papa. Una de ellas, la que se refiere a visitar a los   enfermos, se aplica especialmente hoy en el caso de muchos mayores aquejados por la   enfermedad o dependientes a causa de su edad. Y hay también grupos de voluntarios,   mayormente integrados por gente ya jubilada, que realiza ésta preciosa obra, llevando   el consuelo humano y la alegría de la fe.   Por último, cabe referirse a esa dimensión física y visible del Jubileo que es la   peregrinación con objeto de obtener la indulgencia.   A veces los mayores tenemos problemas de movilidad para desplazarnos. Pero sólo a   veces, porque basta asomarse por la mañana por parques y jardines para comprobar   hasta qué punto nos tomamos en serio el consejo médico de mover las piernas para   mover el corazón y sanear la mente.   El hecho de peregrinar recorriendo un trecho de camino con fines espirituales es el   significante visible de un significado más profundo que se opera a otro nivel.   Peregrinar es crecer en santidad. Más que hacer kilómetros, es avanzar hacia Dios.   Quien puede caminar ha de hacerlo, pero sólo por ello no obtiene la gracia del perdón   en mejores condiciones que quien esté impedido por el motivo que sea. También   obtiene el jubileo quien no pueda desplazarse de un lugar a otro, pero recibe la   absolución sacramental, participa en la comunión eucarística, y ora por las intenciones   del Papa. En ciertos casos fácilmente discernibles el hecho de visitar uno de los   templos asignados para ganar el jubileo en el Año de la Misericordia, es sustituible por   otro gesto que exprese nuestra condición de caminantes hacia la casa del Padre.   SALMO DE BENDICIÓN, 88:   Hay varios salmos muy indicados para pedir misericordia, como por ejemplo, el salmo 24:   “Acuérdate, Señor, que tu misericordia es eterna”. O también, el salmo 50, el célebre “miserere   mei Deus”. Otros, como el 88, expresan bendición por el mismo motivo:   Cantaré eternamente las misericordias del Señor,   anunciaré su fidelidad por todas las edades.   Porque dijiste: “La misericordia es un edificio eterno”,   más que el cielo has afianzado tu fidelidad.   El cielo proclama tus maravillas, señor,   y tu fidelidad en la asamblea de los santos,   Señor del universo, ¿quién como tú?   El poder y la fidelidad te rodean.   Tuyo es el cielo, tuya la tierra,   tú cimentaste el orbe y cuanto contiene.   tú has creado el norte y el sur,   el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.   Justicia y derecho sostienen tu trono,   misericordia y lealtad te preceden.   Dichoso el pueblo que sabe aclamarte,   caminará a la luz de tu rostro,…   Cantaré eternamente las misericordias del Señor.       DELEGADO DE PASTORAL DE MAYORES